“Bueno,
chicos, ustedes saben que ahora estoy soli-soli; un poco tristucha, eso sí,
porque recién hace tres semanitas que corté con Javi, mi novio —bah, ¡exnovio!,
jejé—. No sé qué pasó, andábamos re bien juntos, no sé por qué cortamos. Bueno,
yo ya le había dicho que me gustaba churrear con otros chicos; él me dijo que
estaba todo bien, que él también tenía sus locuritas. Nos conocimos en la facu,
él era mi profe de Historia. A mí me empezó a calentar desde la primera clase,
tenía una barbita candado que no saben lo que era —mmm…—; bueno, jejé, pero me
aguanté hasta el día del parcial. Fui la última en entregar, quería que
estuviéramos los dos solos. Entonces me le acerqué y seguí una táctica que
inventé en el momento: primero, sin que él me viera, me hice un punto en el
pantalón con la lapicera —acá, por la nalguita—; después voy y le digo ‘pro,
mire, ¿me escribí en el pantalón?’ Sí, me respondió, apenitas. ‘A ver, dígame
dónde, ponga el dedo’ —eso le decía yo, jejé—. Entonces no sé, ahí pasó,
de la facu salimos juntos, fuimos para su casa. ¡Ah, pero si será de Dios! que
justo cuando estábamos por abrir la puerta de calle —porque él vive en
edificio, ¿sí?—, justo ahí aparece su hermano, que venía a visitarlo. Subimos
los tres.
Vimos
una peli, jugueteamos un rato, el hermano después se fue, ¡jugueteamos ooootro
rato!, jejé, y después me fui —porque no le había avisado nada a mis viejos—.
Ahora
les voy a contar el momento mucho más romántico que viví con él. Un fin de
semana, Javi y yo habíamos ido a Tandil. Ahí en Tandil hay una lagunita que le
dicen ‘Capuy’; bueno, nos habíamos sentado los dos en una especie de playita, a
la orilla del agua. Pónganle que alrededor nuestro había como quince o veinte
personas. En eso él me pregunta: ‘¿me creés si te digo que el amor que siento
por vos me da el poder para hacer lo que sea?’ Yo le sonrío. ‘Recostaste y
cerrá un minuto los ojos’, me dice.
Pasó
la verdad prácticamente un minuto cuando me pidió que los abriera. Y ¡uau!, no
saben lo que fue eso. ¡Increíble! De pronto en la playa estábamos solos; había
anochecido y veíamos a la luna llena grandota en frente nuestro; yo —que antes
tenía una mallita— estaba desnuda; él también. En la laguna había una canoita
con velero, vacía, como para usarla nosotros. Nos metimos y navegamos dando
vueltas y más vueltas. Él me cantaba.
Esa
noche lo pasé de maravilla. Pero qué bajón feo que ya no estemos juntos, si nos
queríamos mucho…. Yo, chicos, soy muy sensible a las cosas del amor; todo lo
que tenga que ver con besos, caricias y demás, lo recibo agradecida. Jesús me
dio la vida para disfrutarla, y quiero que otros también disfruten conmigo.
Santi,
escuchame, ¿es necesario que me ensucie el pantalón con la lapicera? Por favor,
Santi, por favor….”
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