Era
este el turno de Albana. La historia que Alejo había expuesto la noche anterior
promovió debates. Se discutió sobre homosexualidad, sobre el papel que juegan
los líderes religiosos en las concepciones sociales del amor y del cuerpo, y
sobre la forma en que Dios juzgaría nuestra conducta si corresponde que algunos
no se salven y otros sí. O no.
Albana
tenía veinticinco años, era la menos joven del grupo. Sus padres tuvieron
relaciones en Polonia pero ella nació en Buenos Aires. Su padre era polaco pero
ella no, y su mamá tampoco. De Luxemburgo era su madre —mujer
rubia, delgada, con labios gruesos y el registro contralto—. Murió su madre
por culpa de las bacterias, por culpa del agua contaminada, por no ver el auto
venir. La chica quedó desprotegida y fue víctima de numerosas violaciones;
varias veces quiso matar.
Pero
pocas veces lo hizo, y era gente sin educación. Ella, luego de los abusos y los
ajusticiamientos, empezó a tener visiones. Ahora lean su discurso:
“¿No
se dan cuenta de que vivimos en un tiempo crítico? Yo les garantizo que pronto,
¡muy pronto!, vamos a presenciar señales atroces en el cielo. Nubes densas,
bastante densas de energía negativa se han acumulado en nuestra atmósfera y
producen estas infecciones, accidentes y demás catástrofes. Hemos abierto un
portal espiritual para que seres de otras dimensiones se nos acerquen y nos
acosen, amenacen o hasta aniquilen. ¡Es magnífico!, voy a contarles qué
experiencias tuve con estos seres.
A la
salida del velorio de mami yo viví mi primera violación paranormal. A casi todo
el mundo le di una versión tradicional de los hechos; son pocos los que saben
qué tipo de abuso sexual disfruté. Y es que iba caminando por la avenida
Córdoba cuando tuve que frenar de golpe porque me había agarrado toda una
electricidad potente y el pelo se me sacudía como si tuviera prendido el
secador. Lo que hice después fue como en trance, aunque la mente me respondía;
entré en el baño de un bar chico y me desnudé. De pronto apareció una especie
de fantasma anaranjado, era como un cuerpo de luz; me llamó por mi nombre. ‘Soy
yo, Albana, soy yo’, me dijo. ‘¿Mamá?’, le pregunté —porque posta que
creí que era su alma—. ‘Sí, mamá’. Y bueno, ahí me tiró contra el piso del baño, hizo lo
suyo y encima me lastimó las piernas, la cara, los pechos. Fue bastante
violento.
Qué
más, después de esa vez, como seis o siete entes de variados colores me
cogieron. Sentía gozo; como que alguien, aunque fuese de otro mundo, se
acordaba de mí y me apreciaba como mujer. Quise matar gente y lo hice; me di
muchos gustos. Yo antes era muy retraída, pero esto de los fantasmas me levantó
las pasiones de vivir.
Por
ciertas revelaciones que tuve me enteré de que lo de las bacterias Cápsol es
una parte integral de los castigos que le corresponden a la humanidad antes que
venga el fin. Calculen que más de cinco años no va a haber; igual de fechas no
quiero hablar, pero estén alerta.”
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