viernes, 12 de noviembre de 2010

Quinta noche


Según el sorteo que hicieron el primer día, después de Ramiro correspondía que hablara Francisco; pero por cuestiones perversas que no me atrevo a explicar, a último momento decidieron que el quinto fogón estuviese organizado por Ronald.
Bueno, este Ronald era un personaje nefasto. Su amaneramiento llegaba hasta niveles horrorosos. Tan solo con decirles que su verdadero nombre era Arturo y que se puso ese otro para sentirse más libre, es motivo harto suficiente para menospreciarlo como ser humano y si es posible también golpearlo en la cabeza.
Tenía diecinueve años, y ya se había escapado de la casa catorce veces. De hecho esta salida a Cañuelas fue una de esas escapadas. A su madre la insultaba todos los días; a su padre le robaba ropa, comida y dinero; a su hermanita la molestaba. Dios lo odiaba.
Propuso hacer un juego antes de empezar con la historia. Pusieron una botella en el medio, la ruletearon y así a cada uno de los diez le tocaba un chico o chica con quien debiera realizar el juego. Jeannette, por ejemplo, quedó con Ludmila; Ramiro quedó con Marita; Albana con Francisco; Alejo con Arturo (Ronald), y la pareja restante fue entre Santiago y Abdul.
Lo que tenían que hacer era transformarse en el otro: vestirse con su ropa, peinarse igual, imitar modismos, forma de caminar, etcétera. ¡Todos se negaron!, por un momento, pero después lo hicieron. Entonces Francisco, que actuó de Albana, se tiró de espalda al suelo, y comenzó a orgasmearse y gemir diciendo “¡sí, extraterrestre, sí!”, y los demás carcajeaban, menos Albana porque hacía de Francisco, y Francisco siempre era muy serio y ortodoxo. Marita tocó Algo acuoso en el acordeón, del compositor chileno Thomas-Ruiz; y Ramiro trató de besar la boca de Santiago, pero él se enojó y se fue a hacer sus oraciones a otra parte. Abdul empezó a reírse de Santiago, le decía que Mahoma había sido mujeriego, chiflado y pederasta. A Ludmila el brazo izquierdo se le corrió a la espalda, y empezó a vomitar; Arturo y Alejo se abrazaron, y así muchas más cosas vivieron durante el juego. Faltaba nomás que Arturo (Ronald) gritase “¡terminado, terminado!” para que todos volvieran a su lugar de origen y se acomodaran para oír la historia.
“¿Vieron qué lindo es este jueguito que inventé? Tiene que ver con lo que les quería hablar. Porque hasta ahora todos han venido contando cosas personales y muy interesantes, ¿pero no les parece que estamos viviendo, como país y como generación, una soberanamente tremenda época maravillosa? Digo, sin exagerar, que valdría la pena reflexionar un poquito. O sea, tal vez el mundo está así como está debido a nuestra conducta; no es justo que le pasemos todo el carro a Nuestro Creador por el simple hecho de que Él es quien diagramó la historia de antemano y que nada se escapa de Sus proyectos atemporales. Yo, por ejemplo, muchas veces cometí pecados y blasfemias; y si bien es cierto que no me puedo rebelar a lo que Dios ya craneó y decretó, sí puedo negar la existencia de cualquier moral universal o Juez Supremo, y así nadie va a acusarme de malhechor; porque todo lo habré accionado en limpia conciencia. No sé si me entienden. Suelo hablar medio extraño cuando de asuntos espirituales se trata.    
Pero atiendan lo que digo porque es importante. Nosotros, como sociedad, estamos recibiendo un castigo bien lo explicó Albana; y lo que enfurece al Señor no son las atrocidades en sí sino ¡la intención! con que las hacemos, o mejor dicho, ¡la filosofía! con que encaramos nuestros actos impúdicos.
Es fácil. Si yo me hago llamar mormón, con eso estoy confesando que creo en al menos un Dios (el Padre), en Jesucristo su hijo y en el Espíritu. Y adosada a tal creencia va la aceptación de mandamientos deberes y prohibiciones. No puedo matar a mi hermana, por ejemplo. Entonces, si llegado el caso yo por equis causa la mato, ya no tengo más opción que el Infierno a no ser que quiera arrepentirme y cambiar de actitud, y de religión. Pero acá va la diferencia crucial: el Señor no va a culpar a aquel que, aunque asesine-fornique-robe-se masturbe-y fume-, confiese no creer en el bien y el mal. Los ateos no serán condenados; ellos son libres para seguir su corazón.
Por eso yo soy ateo, porque mi desprecio por cualquier tipo de fe o religiosidad me exime ante el juicio divino. Bueno, al menos eso es lo que se me ha revelado.
La Ciudad de Buenos Aires está muy cristianizada y musulmanizada; ¡y así nos va! Lo que les propongo es que vivan desprendidos de toda esa basura y que den rienda suelta a lo que los haga felices, o haga felices a los demás —aunque sea a uno—. Si te gustan los hombres, como a mí, hacete marica; si te gustan los perros, como a mi papá, no te inhibas; si sentís placer en escupir turistas, tampoco te inhibas. Seas homosexual, zoofílico o violento, lo que importa es que seas ateo; ahí no vas a tener complicaciones.
Bueno, no sé, eso es todo. Lo del juego fue para mostrarles que las cosas pueden darse de cualquier forma en la vida, que somos nosotros los que nos autoesteriotipamos. Aprendamos entonces a mutar constantemente, a no ser nunca univalentes, probemos de todo. Es lo mejor que aprendí durante mis diecinueve años. Que bien les vaya, sí; terminé.”

Eso contó el tal Arturo (Ronald). Francisco quedó en hablar al final, en lo que sería la décima noche. Protagonista del siguiente encuentro fue Marita, la chica riojana de veinte años que gustaba de Santiago. Hubo alto contenido de amor.

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