miércoles, 28 de septiembre de 2011

Nosotros dos



    ¡Cómo se pierde tiempo en el banco! Vieja loca no pagaba más. ¿Son las cinco y media? Uy, a las seis era la cosa guiada. Si no apuro no llego. ¡Está el ciento treinta! Con suerte estoy en quince. ¿Siempre repleta esta porquería? ¡Mirá la piba que tengo adelante! Dios me libre. No rozarla. ¡Se baja acá también! Estoy en hora, menos mal. A ver estas escaleras... ¡No! ¡Salí! No digás que también entra ella. ¿También viene para la visita? Dios. ¿Se separa del grupo? Uno de Berni está mirando. Ese pelito marrón..., pielcita de bebé. ¡Cintura perfecta! No le sobra un kilo. Qué macita...
    Está mirando. ¿Qué le pasa? Debe pensar que estoy concentrada en el cuadro y no lo veo. Le gusto. Capaz. No confiés en cualquiera, nenita. Atrás en el colectivo lo tenía a éste. No me tocó. Parece respetuoso. Estos zapatos cómo molestan. No me los pongo más. ¡Pero me sigue mirando!
    Tengo que acercarme. No puedo dejar de... Demasiado linda. Bastante culta debe ser. Me relojea seguro. No es cualquiera. ¿Y si se dio cuenta?  No la quiero asustar. No me importa. No sé. Por ahí le gusta. Que piense lo que quiera.
    ¿Y si es un violador? Me siento rara. Parece obsesionado. ¿Le hablo? Tal vez para seguirme entró al museo. Mejor no. ¿Qué hago? Está loco capaz.
    ¿Y si cree que estoy loco? Disimular más. Tal vez piense que soy un psicópata. Hay que probar. Sigo mirando cuadros. A la salida. Me le acerco a la salida.
    Ya dejó. Me conoce de algún lado por ahí. No sé. Por el arte vine. Pienso demasiado. Tengo que ver cuadros. No creo que me hable. Lindo es. Parece tímido. Me gustó siempre Berni. Lo tendría que buscar yo. Este guía muy rápido habla. Debe tener novia. O no. Hay que ver.
    No agarran a cualquiera. Tengo que parecer culto. Ésta no es fácil. Hay que impresionar. Muy refinada. Eso les gusta.
    ¿Por Quinquela le pregunta al guía? ¿Cuál es el Cementerio de Barcos? Se ve que sabe. Capaz piensa que sé mucho. Habla con seguridad. Muy inteligente. Me da vergüenza ahora.
    Dejó de mirarme. Me quiero matar. La embarré. ¿Y qué hago? Quedé pedante.
    No lo puedo creer. Mejor le digo que sí. ¿Para qué me pregunta si me gusta Quinquela?
    Me dice que sí. Un pie adentro.
    Debo parecer una tonta. Pone nerviosa. Él también piensa que el guía habla muy rápido.
    Hermosa. Esa risa. Una magia. La tengo que invitar a tomar algo. Qué dulzura.
    ¿“Qué calor” me viene a decir? La verdad. Sería lindo una cerveza. El museo me cansó ya.
   Si no quiere ir a tomar un café le tengo que preguntar. A charlar sobre Berni y Quinquela. ¿A ver si le gusta Solar? ¡Vamos!
    ¿A un barcito? Se pone bueno esto.
    Le tengo que apoyar ahora para salir la mano en la cintura. Se deja. Bien.
    Le gusto. Seguro. Qué galán. La manito en la cintura.
    Me encanta esta piba.
    ¿Un cortado? Mejor yo pido un tecito.
    ¿Así que sos decoradora? Hay que decirle que es una artista.
    ¡Lo mío le encanta! Qué bien que habla. ¿Comunicación estudia?
    Una peli a casa te tengo que invitar a ver.
    ¡Este pibe va al grano! ¿Ya me estás invitando a tu casa?
    Se puso seria. No le gustó la idea. ¡Decí algo, che!
    Le digo que sí mejor. El que no arriesga no disfruta, nena. Hay que animarse en la vida. Parece serio. Podría ser mi novio.
    ¡Se me dio! ¡La llevo! Tomar el colectivo de vuelta ahora.
    Qué bueno. Me deja sentarme del lado de la ventana. Cómo habla de películas.
    Cuando se abra la puerta le voy a agarrar la mano. Se ríe. Parece que también le gusto.
    ¿De la mano me querés llevar a tu casa? Se viene con todo el día. Es un amor.
    Le dije y se entusiasmó. ¡Vamos! Pongo Laberinto.
    No me concentro en la... Re lindo el beso.
    ¿Sacándome la remera?
    ¡Qué pectorales! ¡Qué apasionada! Quitame todo. Qué risa fantástica. No deja de acariciarme. ¿Yo también me río? Nos besamos. Ahora. La abrazo. Me está abrazando. Jugamos. Ahora. Callamos. Jugamos. Nosotros dos. Ahora. Nosotros dos. Ahora. Ya somos uno.


  

Aunque imperfecto, incorrecto...



Ze ba fué el montom de díaz
fiksionados y aora me prezentho,
digo mi nonbre,
me yamo “Esto”, y Esto es
lo que se aserka a bos: dezprolijo,
dezconsideradho.
¿Queda ezpasio aún para este
llo, Esto, ezte que bivía
en la noche, él, ezkomdido del haroma,
temiendo,
temiendo haterrado
al haroma,
al amor? Este llo
ez poko, nada; ¡por fabor,
no le eksijas perfección a Esto!,
¿sabés ké? Sólo una cozita, ¿sabés?
Pedile que Esto te qiera,
te kuide,
te aconpanie,
te mime,
te vece,
esté, él,
ke no ze alege.
Creo ke Esto ará lo que le pidas,
kreo que te hama y sufre sin bos, no sé, lo cé
Zupongo, t digo:
¡Basta! ¡Yo digo que Esto será perfecto para vos!
¡Será correcto, considerado! ¡No pondrá mal
una tilde ni confundirá las Eses! Hará todo
como convenga, y hablará poco, oirá mucho,
atenderá.
Será lo que siempre debió ser:

Esto, este yo,
Será el único Yo que exista.


martes, 13 de septiembre de 2011

Las voces de un poeta adolescente



Como bien lo sabe usted, comisario Calma, todo lo que pude averiguar sobre Juanito fue gracias a los pedazos de papel que dejaba escritos con sus poemas. Es notable la transformación tan violenta que sufrió durante sus últimos quince días: me refiero, como bien usted lo sabe, a una metamorfosis espiritual. La entonación de los versos variaba leve pero constantemente al transcurrir las semanas; y no solo la entonación, también la estética, el registro, todo. Bueno, no todo, había cierto espíritu en común, como un pasionalismo, usted ya sabe, y eso es lo que nos lleva hacia la principal teoría sobre el caso: Juanito estaba enamorado.
Le explicaré mejor este asunto. El día veintitrés de octubre nuestro joven escribe su primer poema. Para ser más exactos, conviene aclarar que más que poemas eran fragmentos, o inicios de poemas; mejor dicho, Juanito escribía una sola estrofa en cada papel. Pero preste atención a la característica de esta primera nota. Cita textual:

Ayer crecía, enhiesto,
el tallo de una rosa en mi huerto
la Luna lo sabía y por eso
su sonrisa era de nácar
y su aliento a caramelo
que eclipsaba al cielo
todas las noches desde la terraza

No es común que un varón de su edad se ocupe en describir cómo respondía la Luna ante el florecimiento de una rosa. Ya lo sé, usted me dirá “bueno, Lisandro, quizás el muchacho era un rarito”; admito que aquellos versos se prestan a tal conclusión, y de hecho yo pensaría igual de no ser por el contenido de su segunda nota, la cual dejó sobre la mesa tres del Café Martínez de Barrio Parque, el veinticuatro de octubre, justo un día después de la poesía anterior. Transcribo:

No me resigno a dar la despedida
a tan altivo y firme sentimiento
que tanto impulso y luz diera a mi vida.

Definitivamente Juanito no era un raro, no sentía pasiones bajas por la Luna y sus colores. No hay ninguna razón para que alguien deba despedirse del amor a un cuerpo celeste. Tanto yo como mis compañeros en seguida postulamos que había una mujer, una jovencita, detrás de todo esto.

Pasaba arrolladora en su hermosura
     y el paso le dejé;
ni aun a mirarla me volví y, no obstante,
algo a mi oído murmuró: —Esa es.

Anteriormente le advertí sobre los abruptos cambios estilísticos acaecidos de un poema al otro. Cualquier experto en literatura afirmaría que esta última estrofa no fue escrita por la misma persona que compuso las dos anteriores. El problema es que sí: es la misma letra y la misma firma. Ya no nos quedaron dudas de que Juanito estaba enamorado. Siente algo fuerte por una joven, no quiere renunciar a ese sentimiento aunque teme no ser correspondido, pero dentro de sí considera que aquella chica es la indicada para él. La cuestión parecía muy trivial hasta el momento.

He renunciado a ti. No era posible
Fueron vapores de la fantasía;
son ficciones que a veces dan a lo inaccesible
una proximidad de lejanía.

¡Ah! Primera llamada de atención. Esta cuarta nota la dejó el treinta y uno de octubre, seis días después de la anterior. Algo había sucedido. Vuelven las teorías sobre su fascinación con la Luna. ¿Por qué si no “a lo inaccesible una proximidad de lejanía”? Pero Federico Randamoro se negaba a compartir nuestra postura. Cómo no se dan cuenta, decía él, de que Juanito está padeciendo por una mujer. Esta chica, seguía diciendo Federico, le es inaccesible. Tenía razón, debíamos entender el porqué de esa dificultad. ¿Quién era la joven? ¿Cuáles eran sus motivos para rechazar al encantador Juanito?

Amigos también son el aire,
el agua, el silencio,
y tú los besas y acaricias
 cada día. ¡Déjame entonces
ser tu amigo tanto como ellos!

Esa fue la penúltima nota de nuestro muchacho. Siento escalofríos cuando la leo, porque me viene el recuerdo de su desdicha, de su final desdichado. Federico Randamoro sugirió que la chica en cuestión y Juanito eran amigos. Quizás porque son amigos, decía él, ella no pueda tolerarle un mayor amor de hombre. Claro, entonces Juanito le pedía que, aún siendo amigos, lo tratara con el mismo cariño sensual con que trataba al aire, al agua y demás. Salvo algunos pocos colegas, todos los demás habíamos abandonado ya las ideas sobre un posible romance platónico entre Juanito y la Luna. ¡La Luna no tiene contacto con el agua! La amada de Juanito, sí.
A continuación, comisario Calma, le transcribo el desgarrador último poema. Es una gran exhalación, con un notorio descuido de la estética, de la musicalidad, de cualquier sutileza. Sabemos que luego de esto Juanito murió.

¡Ay! Shhh
¡Y ahora no puedo nada!
vos allá,
vos allá,
vos allá
¡Por qué, Dios, siempre allá!
Sí, caigo,
No,
ya no puedo nada.

¿A qué vendrá todo esto? ¿Es lógico suponer que una trivial historia de amor y rechazo acabó con Juanito? No lo sé, comisario, mis colegas y yo solo tenemos teorías. Si la Luna, si una joven, si amiga, si no…. Todas teorías. Los hechos son estos: Juanito escribió seis poemas, los dejó como palabra al mundo, y luego se fue, desapareció. Espero que usted junto a su equipo obtenga las respuestas. Lamento ser tan poco inteligente.

Cordiales saludos,
Lisandro


lunes, 5 de septiembre de 2011

¿Y tú lo entiendes?


En el hogar estaba el señor, aquel que dice que se llama Quedorio, el que tiene olor a fiambre: ¿a quién no le agrada oler fiambre y luego probarlo? A mí no me agrada. Pero Quedorio era más que fiambre, él era el perfume del deseo amoroso hecho silueta de carne, era de esos sensuales que se olvidan del pensar y de calcular posibilidades. Era un hombre nacido para ser de otras, de las mujeres que él amaba: las rubias, las gordas y también las hijas de ministros del Cristo de Dios. Así era este hombre, y un día conoció a la rubia gorda cristiana que lo haría siempre feliz: la mujer que se llama Yáxtama. Aún así se llama.
Definido el sentimiento hacia ella, el señor Quedorio compró rosas, también chocolates y dulce de tomate, también compró osos de peluche, un canario, su jaula y doce adornos pequeños de marfil. Todo eso compró para conquistar el interés, luego el amor de la mujer Yáxtama, aquella que una vez dijo sobre él que olía como los mejores quesos, jamones y aceites del Universo. Yáxtama y Quedorio eran seres marcados para unirse y cuidarse. 
Cuando llegó aquel varón al recinto de la dama descubrió que ella no lo esperaba, que gozaba en los currucamientos de otro señor de piernas rudas y barba. Nuestro hombre estaba disecado, aperplejo, tan furioso.
«¿Quién es este chamulocón que viene y se roba a la mujer que necesito?» «Quedorio, Quedorio, por Dios, no sabía que me amabas» «¿Y acaso te ama este cularraca pastoso? ¡Dime si él te ama!» «No sé, Quedorio, no sé, lo dudo mucho» «¿Y así tan fácil le dejas acurrucarte?»  «Yo no espero al amor para estas cosas» «Ah, dulzura tierna, y yo aquí tan solito».
El intruso de barba que no estaba allí más que por intereses pulsionales decidió marcharse. Ahora sí: nadie interrumpía: Yáxtama y Quedorio juntos para decirse sus cosas del corazón y darse masajes o besos quizás. Era el tiempo de Dios.
Yáxtama puso las rosas en agua, comió los chocolates, guardó el dulce de tomate, abrazó los peluches, oyó al canario y no sé qué hizo con los adornos. Pero luego de todo se sentó junto a Quedorio y le pidió que hablara, que le contara sobre el amor que sentía. Quedorio no ahorró palabras:

«Tú sabes que yo aprecio a las niñas como tú, por tu pelo, tus grasas y por el padre santo que Dios te ha dado y eso es de honra. Pero hay algo que te distingue, y no son tus ojos, ni tus dedos ni nada en sí que pertenezca a tu cuerpo: amo algo en ti que está en tu alma, y no lo comprendo, solo sé que es algo, que es algo como no sé qué, y eso es lo que quiero conmigo por los siglos de los siglos que dure el Universo. ¿Sientes tú también cosas fuertes por mí, las sientes tan así, dulzura tierna?»

Yáxtama evitó responder con palabras pero se lanzó sobre él y acurrucó sus deseos hasta que el día se hizo de día y los pájaros cantaban, y también aquel canario.
Desde ese tiempo están unidos y ya no piensan más que en complacerse. Todo lo que hacen es complacerse. Hay quienes no entienden sobre esto, lo sé.
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