domingo, 7 de noviembre de 2010

Cuarta noche



Ramiro interpretó Cruje, clavel, y llora de Armando Boces en el acordeón. Confesó estar saturado de tanto melodrama en las tres noches anteriores. Dijo: “lo interesante de la vida no está solo en lo insólito y terrible”, y luego se comprometió a contar anécdotas divertidas que vivió con sus amigos, su novia y su tío durante el verano.
“Resulta que un día estaba con Ludmila paseando por ahí por la Costanera, y a ella se le antojó un globo con forma de tiburón que vendían no me acuerdo si en un puestito o un tipo que recorría el parque. No, no, creo que era un tipo solo, pero no iba vestido de payaso, y tenía el pelo hasta las rodillas. Estaba medio caro el globito, y encima ni parecía un tiburón bueno, Ludmila dice que estaba re bien, pero para mí se acercaba más a una pantera que a un tiburón. La cuestión es que de ahí seguimos caminando hasta San Telmo. ¡No se van a creer lo que pasó! Íbamos tranquilos subiendo por Balcarce yo llevaba el globo en la mano, cuando de golpe un chabón me encañona así en la nuca. Ludmi pegó un grito hasta Marte, y el tipo le gritó ‘pendeja callate o lo mato al flaco y te llevo conmigo’. Yo todavía no le había visto la cara, y hablaba con voz gruesa, medio rasposa. Me dijo: ‘dale, entregá el tiburón’. Y se lo quise dar pero él se enojó y gritó ‘el globito no’, y me bajó el cierre del jean. ‘No le hagas nada, llevame a mí’ le decía Ludmila. Pero el tipo se calentaba más: ‘¡rajá de acá piba que esto es con él!’
Enseguida ella se fue corriendo.
Pero bueno, lo lindo es que ahí el chabón me sacó el arma del cuello y me dijo, con otra voz más tranqui, ‘ya está, volteá’. ¡Ah, qué risa! Era un chiste de mi tío que justo ese día había llegado de España. Antes le había mandado un mensaje diciéndole que estaba con mi novia por San Telmo. Una cosa de locos; ahí nomás la llamé a Ludmila para contarle y pedirle que viniera.”

Después de esa anécdota, Ramiro volvió a tocar una pieza en el acordeón; la obra se llama Adiós a las Paulas, y es del compositor centroamericano Aníbal Carretero. Luego comieron unos canapés, tomaron gaseosa y se sentaron para escuchar la próxima historia divertida de Ramiro. Él les pidió por favor a todos que antes de que empezara a contar, se quedaran en paños menores; y así lo hicieron.

“Yo tengo dos mejores amigos, uno se llama Lucas y al otro le decimos Chocho. Salimos mucho los tres juntos; incluso por un tiempo los tres salíamos con Ludmila. Ella se terminó cansando primero del Chocho, después de Lucas, pero jura que a mí me ama fervorosamente.
En enero fuimos a Mar del Plata, los cuatro; ya para ese momento Ludmi no quería saber nada con Chocho. Por eso en el hotel pedimos dos cuartos; uno para él solo.
Mientras nos tostábamos en la playa, vino una gaviota y se le paró en el pecho a Lucas. Él estaba  dormido, así que se despertó como loco y apenas vio al bicho le pegó un cachetazo. Se puso dura la gaviota; el manotazo nomás le hizo girar la cabecita. Entonces Lucas probó agarrarle las patas y levantarla, pero no pudo; las uñitas ya se habían incrustado en la piel. Ahí me mandé yo, que fui casi corriendo y le di con una botella de Coca-Cola llena. El bicho chirreó medio desesperado pero ni fracturado quedó. Chocho vino con una navaja y la intentó apuñalar, pero la muy putilacha esquivaba todos los ataques. Un bañero llegó con una cacerola de agua hirviendo. La gaviota se humectó; Lucas lloró hasta el otro día. Y no sé si probaron también con tenedores, con pimienta, con electricidad y con cadenas. Era inútil, ya asustaba.
En fin, nos resignamos y dijimos ‘bueno, quedémonos unas horas más acá y capaz después se vaya’. La cuestión es que se nos hizo de noche, ya no había casi nadie en la playa. Y la gaviota seguía enganchada a Lucas.
Ahora les digo qué pasó: vinieron dos pibes evangelistas, con camisa blanca y corbatita; nos dieron un folleto a cada uno y empezaron a hablar de Jesús, del Infierno y de no sé qué más sobre la Virgen. Bueno, créanme si les digo que a los segundos de que arrancaron estos flacos con el sermón, la gaviota pegó un alarido e hizo ‘¡fium!’ y se fue volando a los santos piques. Y por la sorpresa del milagro, digo yo, Lucas se conmocionó y repitió un rezo con los evangelistas. Y ya por eso lo desechó mi novia.”

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