lunes, 27 de diciembre de 2010

Diálogo con Nuestro Señor en el Monte de los Olivos


Hola, queridos seguidores del blog, mi nombre es Lisandro Muñiz. Calculo ser ya viejo conocido para ustedes; soy el autor de éxitos como El niño que veía a Dios en todas partes, Curiosidades del amor y Una plegaria virtual. Habrán notado que tanto mis textos como los de Marcos suelen nombrar a Jesucristo, al diablo o demás. Sí, eso fue algo que acordamos antes de empezar con el blog; Marcos me dijo: “yo quiero unir el Cielo y la Tierra, eso quiero con los textos”. Y así fue, y por eso nos ha ido tan bien, era parte del pacto que Marcos hizo con Dios, acordaron que él lo incluiría en su arte mientras que Dios se encargaría de prosperarlo en todo y hacer que su nombre fuera muy famoso.
Pero el Espíritu se mueve en maneras extrañas. Marcos vino a mi oficina el jueves con una hoja arrugada en la mano y una paloma en su hombro….
—Subí esto al blog —me dijo.
—¿Qué es? —le pregunté.
—Es lo que quieren que pongamos, ayer me habló.
—¿Él? —yo estaba aterrado; la pregunta la hice señalando para arriba.
—Ya te vas a dar cuenta, Lisandro —dijo eso y se fue; y la paloma quedó conmigo.

Esto dice el papel:

“Jesucristo me espera; está solo. Pedro, Juan y Santiago duermen, y Jesucristo invoca al Padre. Me acerco al Señor….
—Disculpe, me dijeron que…
—Te dijeron bien; sentate. Tengo que hablar con vos.
—Usted dirá, mi Señor, para mí siempre es un honor que…
—Hay problemas.
—¿Problemas? ¿A qué se refiere?
—Mirá, en 2011 Argentina va a llenarse de pecados. Yo te hice venir porque estoy muy preocupado, y no puedo irme en paz a la cruz sin antes sacar esta espina de mi alma.
—Tremendo.
—Sí, necesito que hagas algo por mí.
—Lo que sea, mi Señor, estoy dispuesto a lo que…
—Necesito que des un mensaje a tu nación, a cuantos más puedas. Marcos, es muy importante lo que te pido, y tiene que ser antes de que el 2010 acabe. ¿Podés hacerme ese favor? Dios mismo va a ayudarte y prosperarte.
—Dígame cuál es ese mensaje.
—¿Tenés para anotar?
—Estoy grabando.
—Bien. Esto es lo que quiero que les digas: no deben ignorarme en la mañana. Ellos no se dan cuenta de que si me invocan en la mañana y me piden que los guíe, todo es transformado. Sí, Dios quiere que hagan eso para que yo pueda actuar y afectar sus acciones, decisiones y demás situaciones que vivan. Tienen que hablarme en la mañana, antes de salir de sus casas, deben decirme ‘Cristo, gracias por el día, te pido tu luz y tu guía, que el mal no me corrompa, que yo no ignore lo bueno de la vida’.
—¡Qué linda oración! Y qué sencilla. ¿Algo más hay que enseñar a la Argentina?
—No, Marcos, y yo siempre soy sencillo. Con que hagan eso ya es suficiente, así no va a haber tanto pecado. Te quiero mucho, no sabés cuánto te quiero.
—Jejé…. Gracias, Señor, yo también.
—Gracias a vos, Marcos, no me falles.
—¡Eso jamás!
Ahora estoy en mi casa, duró poco la experiencia. Acaba de entrar una paloma por la ventana. ¡Se subió al hombro la paloma! Termino de grabar.”

En fin, eso es todo lo que dice el papel. Espero que ustedes, seguidores del blog, consideren el mensaje y si es posible lo compartan con amigos, familiares y demás. Roguemos por que el 2011 sea un año con menos pecados y por que los pecados que surjan sean de esos que no afectan tanto. Sí, ustedes me entienden.

Saludos a todos, amigos.
¡Reciban muchas bendiciones!
Lisandro Muñiz
 

domingo, 26 de diciembre de 2010

Amanda te escribo


Amanda, la guerra es más terrible de lo que mi familia imaginaba. Ellos me exigieron que viniera, que ignorara el arte y mis estudios. Pero no era solo eso, en mis lucubraciones te tenía, pensaba en vos tanto. Yo esperaba trascender un poquito, ganar buen dinero antes de hablarte, digo, expresar mis intenciones. Me refiero a enamorarnos, a que tengamos un gran noviazgo, así como tu hermana lo tiene con Santiago.  
Pero qué cosa el presente, quizás explote o alguien me dispare; entonces ya no especulo igual que antes. Debo sincerarme, digo, vos no debieras ignorar que te quiero tanto. Sí, en quien más pienso es en mí, en mi felicidad. Y mi felicidad no es trascender o el dinero; no, mi mayor gozo es estar junto a las letras, digo, escribir. Y lo que más me inspira son estas lucubraciones en que te tengo, y pienso mucho en vos, y como no puedo tocarte ni verte, me desquito enviándote las cartas que te envío.
Soy muy temeroso, Amanda, si por mi alma fuera ya te hubiera cortejado y hecho hijos hermosos. Pero soy temeroso, Amanda, cuando nos veíamos y te hablaba —digo, nos hablábamos— no podía acortejarte, ni darte un abrazo de amigos, o un beso en la frente. Yo quiero darte muchos besos en la boca, porque eso trae mucha felicidad; en mis lucubraciones te doy besos en la boca, y son sinceros, surgen como del alma. Antes no podía porque era temeroso, digo, aún lo soy, pero siento que si ahora o pronto nos encontrásemos, iría rápido a tu frente y la besaría, a tus oídos y expresaría las intenciones que tengo, y también te daría tantos besos en la boca, Amanda.
 
Algo pasó esta mañana —terrible—, Amanda: un compañero nuestro, Santiago, escribía y sufrió una bala mientras escribía. Santiago preparaba una carta a su hermana cuando le llegaron uno o más disparos al cuerpo. No fue, Amanda, un ataque peruano; no, fue un accidente. Otro de nuestros compañeros, Santiago, disparó por accidente e hirió al otro Santiago. Ambos fueron sancionados, uno por disparar un arma sin cuidado y el otro por no haber dado buen ejemplo de soldado, por no haber perdonado al compañero.
Eso me hizo pensar en vos, digo, en nosotros. Siempre que pienso en vos pienso en nosotros, porque quisiera tenerte como novia. Digo, me hizo pensar en lo injusto de las cosas. Yo estaba encendido en mis estudios y en el arte (antes), y mi arte era inspirado por vos; pero de pronto un ataque: termina la inspiración y vengo a pelear la guerra. ¡Y cuál es mi recompensa! ¡Ninguna! ¡Quizás soy sancionado con morirme en la guerra! Y sé que estas cartas nunca llegan a vos; solo me desquito o me entretengo, Amanda, si te escribo esto poco que escribo. Me hace feliz pensar en vos, e imaginar que te paso mi amor; y así, quizás, si no muero y vuelvo a casa y todavía estás por allá y nos vemos, voy a sentirte mucho más cercana, como si fueras mi compañía, algo del alma, alguien que me ayudó y me acompañó en la guerra. Y así voy a tener mucha confianza, Amanda; ¿para qué? Para hablarte mis intensiones de enamorarnos y de casarnos, y de tener tantos hijos como puedas, Amanda, vos sabés que quiero hijos con vos.

Qué más puedo escribirte. No más, no, porque estoy cansado. Digo cansado pero no de vos o de escribirte sino mi cuerpo, digo, mi cuerpo está cansado del trabajo de hoy y por tantas cosas. Y no quiero cerrar la carta y despedirme como lo hacen todos. No, solo quiero dejar de escribir y cerrar los ojos

 

jueves, 23 de diciembre de 2010

Una cita adolescente



San Cayetano, 23 de diciembre de 2009

A Ramiro Gómez:
Pasan cosas intrigantes en Buenos Aires, sépalo bien. Hay muchas muertes, y citas extrañas. Los jóvenes de por acá son salvajes como las leonas, como osas, como tigres, como osos salvajes. Si usted creía haber oído todo sobre el amor, bueno.
Le voy a contar la historia del asesinato de dos adolescentes: Michelle, de diecisiete años, y Agustín, de quince. Ellos eran novios ―querían serlo, no lo eran―. Fueron asesinados después de su primera cita ―un día después―. El bar donde se encontraron se llamaba Gustavo ―a las seis de la tarde, a esa hora se encontraron―.
—Me gustás mucho —le dijo.
—¿Querés que pidamos algo? —contestó en pregunta Agustín.
Le aclaro: estas muertes horrorosas sucedieron acá, en San Cayetano, a quinientos kilómetros de Capital. En lugares como este la gente no vive la privacidad como usted, yo o Marcos la vivimos. No, acá todos se conocen, son sabidas incluso las debilidades y las partes feas de cada uno; especialmente de los adolescentes. ¡Ay, Dios!
—Yo quiero saber si vos me amás, si te jugarías por mí.
—¡Una y mil veces! —contestó Michelle.
—Mis padres no te quieren.
—¡Estoy dispuesta a todo por vos!, también al rechazo de tus padres.
Un día después de esta cita, el sargento encontró el cuerpo de Agustín flotando en el lago. Y el hijo del sargento (habían ido a pescar) encontró a Michelle muerta, despedazada, en la ribera. Todos sospecharon de Agustín como atacante y suicida. Porque él era humilde y ella rica, él era inquieto y ella no.
—Tengo que decirte algo: no soy virgen.
—¿Cómo que no? —preguntó ella espantada— ¿Y cuándo pasó?
—Viene pasando de hace mucho —comienza Agustín a llorar—. Es mi prima Flavia, ella me toca y me busca, desde hace tiempo, unos siete años.
—¿Y hablaste con tus padres sobre eso?
—Tengo miedo, Michelle, ella está loca, puede hasta matarme si la denuncio.
Es interesante que nadie incriminara a la tal Flavia. ¡Solo yo la incriminé! Pero en mis pensamientos, debido a las confesiones de Agustín. ¿No podría haberse enterado sobre esa conversación en Gustavo? ¿No podría haber matado a Michelle y luego al chico, cuando este tratara de cuidar a su novia? ¡Es muy lógico lo que digo!
Podría haber sido así: quizás él dijo a ella “mañana, por la mañana, estaré, desnudito, en el lago, bañándome”. “¿Querés que vaya?”, quizás preguntó ella. “Como vos querás”, le habría respondido. Entonces fue, supongo, Michelle.
¡Pero justo llegó la prima! Y la prima estaba por ir al primo, que lo vio sin nada, en el agua, cuando advirtió que la otra también estaba. “La voy a matar”, habrá pensado. Entonces pudo haber sacado un cuchillo grande y con eso habría descuartizado a la chica. Pero claro, mientras ella estaba poseída por el diablo en ese frenesí de lastimar, el chico Agustín fue a sujetarle el brazo, supongo, y ella lo destruyó. Lo destruyó y corrió, corrió, corrió, corrió.
Ahora bien, esta es mi pregunta, y se la hago a usted: ¿por qué no la acusaron? Si tanto se conocen en este pueblo, ¿por qué entonces no la acusaron? ¿Dónde está la justicia?
El problema acá es el sargento, es débil de emociones. Su hijo (¡hijito!) le insistió en no pesquisar. “No busques más”, le habrá dicho, “dejalo así: él la atacó”. No entiendo, no entiendo, no sé por qué pudo actuar así. Y si actuó así, no sé por qué.
No sé, la cuestión es que por uno u otros motivos se cubren. Flavia es el fuego del mal, ella siempre castiga. Pero nadie en este pueblo dice nada…. Le pido ayuda, Ramiro Gómez, ore a Dios por mí. Tengo miedo, y nadie me escucha.

Escribo en nombre de Marcos Porrini,
soy Lisandro,
y con esto siempre quiero aportarle ideas
para sus sermones,
porque lo aprecio mucho.
Adiós, Ramiro Gómez,
que pase una muy Feliz Navidad.
  

sábado, 18 de diciembre de 2010

El niño que veía a Dios en todas partes



Tres Arroyos, 15 de agosto de 2012

A Su Eminencia Ramiro Gómez:

Le va a servir conocer el caso Fiolín Augusto. Fiolín Augusto….
A los ocho años quedó huérfano este varón; solo él y su hermana Luna quedaron así (sin padres), sin esos padres. Luna era mayor que él, tenía siete añitos cuando murieron sus padres, pero era mayor en cuanto a peso y la altura. Fiolín Augusto pesaba cuarenta y seis kilos cuando quedó huerfanito, y su hermana Luna no pesaba eso.
Los padres de Fiolín eran dueños de Alivialón, una fábrica de la limpieza en Buenos Aires. La limpieza incluye escobas, esponjas, trapos e infinitas situaciones por contar.
La situación de esos niños era resplandeciente: una vida por delante, una herencia jugosa y la no presencia de los padres en tantos momentos importantes que les tocaría afrontar. Fueron quinientos mil los dólares para Fiolín y trescientos mil dólares para la hermana de Fiolín Augusto. La memoria de Luna era normal, pero la de su hermano no.
Fiolín Augusto recordó un mensaje del Señor: “si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres…”. Llegó tal recordación en la instancia del funeral. Luego, muy poco después, pasó Fiolín por una iglesia y el obispo leía este pasaje: “Si quieres alcanzar la cumbre, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el Cielo— y luego vente conmigo…”. Fiolín estaba perturbado, él amaba mucho los placeres de esta vida, no quería ser como aquellos que no encuentran placeres y son prejuiciosos. Pero su corazoncito pendulaba, se arrimaba a unos deseos de piedad.
Mientras pensaba en esas cosas y en otras, un hombre fue a él —él estaba sobre la hamaca—, puso un índice en su cara y lo exhortó diciendo: “¡ay, niño, niño! ¡El que quiera ser amigo de Dios, considérese enemigo del mundo!” Y Fiolín Augusto ya no pudo combatir el mandato de Jesucristo.
Vendió todo lo que tenía: vendió la casa, vendió los autos, vendió su ropa, vendió mucho. Ofrendó también sus miles a los asuntos de caridad. No obligó a la hermana a imitar su postura; solo dejó de amarla.
Y así Fiolín Augusto comenzó sus viajes por el país. El padre Andamio le había encomendado: “no os agobiéis por el mañana”. Y en tal razón, Fiolín no llevaba mudas de ropa ni provisiones nutricionales; solo iba con libros y con botellas de bebidas.
Usted sabe, Reverendo Gómez, que a veces deseamos lo que no deseamos, o no entendemos por qué lo deseamos. Y cuando alcanzamos lo querido nos rabiamos, nos desencantamos, porque buscamos con ignorancia algo ajustado. Y Fiolín Augusto se esforzaba, y su esfuerzo era por Dios, por estarle unido, pero Aquel no es pretencioso, se acerca a los que cerca lo quieren y se aleja de los que ya no.
Fiolín Augusto olvidó sus dineros y despreció el hambre. No ingería porque la grasa, pensaba él, limitaba al alma. Iba por las rutas en una burra y rezaba cada mañana, y cada resto de la jornada también lo rezaba. Meditaba las Escrituras, porque así Andamio le había aconsejado —“meditad los textos” fue el consejo de Andamio—. Y un día bajó Dios a Fiolín y habló a sus llantos:
—¡Fiolín, Fiolín! —exclamó La Voz.
—¿Quién me llama? ¿Eres Tú que me llama? ¿Eres Tú? ¿Quién eres? ¿Me llamas?

Hicieron pacto Fiolín Augusto y el Señor: ya no estarían distantes, y Dios no sería más su fe en invisibles.
Subía Fiolín a un colectivo y en forma de asiento le venía el Señor. “No temas” le decía. O tropezaba el niño y Dios lo visitaba, en forma de herida. “No temas” le decía. Cantaba y surgía Él en aplauso, y le hablaba con amor. Pero en muchos momentos, de una u otras formas estaba, como si siempre lo custodiara.
Una terrible carga para Fiolín Augusto. Fue al padre Andamio y le dijo “padre, lo deseaba, pero ahora Él quiere siempre, y yo no puedo”. Pero Dios seguía rodeándolo con cuerdas de ternura.
Le muestro el fin, Ramiro Gómez; vea qué tal fue la acción del niño ―digna de la memoria―. El matarse es con miedo al diablo para algunos, pero así buscó Fiolín, un escape seguro: matar su vida e ir al diablo. Dijo “nunca más, ¡nunca más! con Dios al lado”. Y murió el niño….

Aplique usted la enseñaza de esta historia.
Aplíquela en sus templos.
Yo lo ruego,
soy Lisandro Muñiz,
y escribo en nombre de Marcos.

¡Al amigo Porrini, a Porrini Marcos!

  
  
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