martes, 2 de noviembre de 2010

Primera noche


Alejo les advirtió que su historia iba a ser un tanto perturbadora.
Antes de empezar el relato explicó que de niño él estaba muy pero muy-muy apegado a la religión y que era bastante meticuloso en su comportamiento diario. Al decir meticuloso se refería al fervor por tener moral perfecta y que aún hasta los pensamientos no anduviesen embarrados con ideas malditas o figuraciones chanchas. Su madre lo llevaba cada domingo al Salón del Reino que tenían a dos cuadras (en Villa del Parque, por San Martín).
Ahora lean su discurso:
“(…) y además tampoco tocan instrumentos. El ministro principal era agradable, solía acariciarme el cachete. Lo que pasa es que durante el servicio tienen que actuar de solemnes, ¿me entienden?, pero por ejemplo este ministro era muy copado. Nosotros lo respetábamos mucho porque sabíamos que había pasado por pruebas duras; su familia lo re discriminó cuando él se convirtió a los Testigos. Además después tuvo que pelear contra el Diablo. Un día me invitó a su casa para tomar la leche.
Pero lo que les quería contar era cómo el ministro y yo nos terminamos enamorando. Fue clave lo que pasó esa tarde que merendamos juntos.
Mientras yo tomaba la chocolatada con coquitos, él puso música electrónica. ¡Onda que me re sorprendió! Igual no la puso fuerte. Le pregunté si me dejaba leerle unos versículos de Apocalipsis que me habían impactado. Él sí sabía diferenciar lo que es estar en el templo y lo que es una charla de amigos; me dijo ‘no, dejemos la Biblia para las reuniones’. Ahí vino su preguntita cachonda: ‘¿viste que en el potito también crecen pelos?’ Y bueno, eso me interesó, porque el mío en ese entonces estaba peladito, como el de todos los chicos, ¿vieron? La cuestión es que me dejó pispear el suyo, ¡y hasta tironeé y le saqué un mechón! Bien que le dolió, jajá, pero igual sonreía. Me fue explicando entonces cómo a medida que al hombre se le desarrolla el cuerpo, son cada vez más fuertes las ganas de abrazar, besar y hacerles cuchi-cuchi a otras personas así me dijo.
A partir de ese día empezamos a ir juntos al cine, al hipódromo, me daba clases de piano…. ¡Estaba re feliz con él! Quizás si no se hubiese acercado a mí de esa forma tan desprejuiciada y afectuosa, yo hoy sería un fanático religioso-cabeza cuadrada-homofóbico-alienado y sexualmente inhibido más. Porque él me explicó que incluso la enseñanza de Charles Russell (el que fundó nuestra religión) fallaba en relación con la homosexualidad. Jehová hizo a un hombre y a una mujer para que se amaran el uno al otro, pero también les dio la capacidad de autoamarse; y eso fue al comienzo, pero una vez que ya había varios hombres y varias mujeres, la posibilidad de amar se amplió. ¡Todos queremos placer! Y Jehová quiere que demos al prójimo lo que nos gustaría recibir. Nadie disfruta un tiro en la panza, entonces nadie debe disparar a la panza del prójimo. En cambio cosas como los actos de amor, cuando ninguno obliga al otro, son placer y alegría eso es lo que se da y eso también uno recibe.
Entonces, chicos, ahí ya les conté sobre mi amistad con el ministro y les digo que duró como cinco años; siempre en secreto, claro. Ahora que oyeron mi historia y mi filosofía, saben que pueden pedirme lo que sea, solo quiero verlos bien. Ya está, terminé, por hoy hablé bastante, jejé.”

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