Alejo
les advirtió que su historia iba a ser un tanto perturbadora.
Antes
de empezar el relato explicó que de niño él estaba muy pero muy-muy apegado a
la religión y que era bastante meticuloso en su comportamiento diario. Al decir
meticuloso se refería al fervor por tener moral perfecta y que aún hasta los
pensamientos no anduviesen embarrados con ideas malditas o figuraciones chanchas.
Su madre lo llevaba cada domingo al Salón del Reino que tenían a dos cuadras
(en Villa del Parque, por San Martín).
Ahora
lean su discurso:
“(…)
y además tampoco tocan instrumentos. El ministro principal era agradable, solía
acariciarme el cachete. Lo que pasa es que durante el servicio tienen que
actuar de solemnes, ¿me entienden?, pero por ejemplo este ministro era muy
copado. Nosotros lo respetábamos mucho porque sabíamos que había pasado por
pruebas duras; su familia lo re discriminó cuando él se convirtió a los
Testigos. Además después tuvo que pelear contra el Diablo. Un día me invitó a
su casa para tomar la leche.
Pero
lo que les quería contar era cómo el ministro y yo nos terminamos enamorando.
Fue clave lo que pasó esa tarde que merendamos juntos.
Mientras
yo tomaba la chocolatada con coquitos, él puso música electrónica. ¡Onda que me
re sorprendió! Igual no la puso fuerte. Le pregunté si me dejaba leerle unos
versículos de Apocalipsis que me habían impactado. Él sí sabía diferenciar lo
que es estar en el templo y lo que es una charla de amigos; me dijo ‘no,
dejemos la Biblia para las reuniones’. Ahí vino su preguntita cachonda: ‘¿viste
que en el potito también crecen pelos?’ Y bueno, eso me interesó, porque el mío
en ese entonces estaba peladito, como el de todos los chicos, ¿vieron? La
cuestión es que me dejó pispear el suyo, ¡y hasta tironeé y le saqué un mechón!
Bien que le dolió, jajá, pero igual sonreía. Me fue explicando entonces cómo a
medida que al hombre se le desarrolla el cuerpo, son cada vez más fuertes las
ganas de abrazar, besar y hacerles cuchi-cuchi a otras personas —así
me dijo—.
A
partir de ese día empezamos a ir juntos al cine, al hipódromo, me daba clases
de piano…. ¡Estaba re feliz con él! Quizás si no se hubiese acercado a mí de
esa forma tan desprejuiciada y afectuosa, yo hoy sería un fanático
religioso-cabeza cuadrada-homofóbico-alienado y sexualmente inhibido más.
Porque él me explicó que incluso la enseñanza de Charles Russell (el que fundó
nuestra religión) fallaba en relación con la homosexualidad. Jehová hizo a un
hombre y a una mujer para que se amaran el uno al otro, pero también les dio la
capacidad de autoamarse; y eso fue al comienzo, pero una vez que ya había
varios hombres y varias mujeres, la posibilidad de amar se amplió. ¡Todos
queremos placer! Y Jehová quiere que demos al prójimo lo que nos gustaría
recibir. Nadie disfruta un tiro en la panza, entonces nadie debe disparar a la
panza del prójimo. En cambio cosas como los actos de amor, cuando ninguno obliga
al otro, son placer y alegría —eso es lo que se
da y eso también uno recibe—.
Entonces,
chicos, ahí ya les conté sobre mi amistad con el ministro —y
les digo que duró como cinco años; siempre en secreto, claro—. Ahora que oyeron
mi historia y mi filosofía, saben que pueden pedirme lo que sea, solo quiero
verlos bien. Ya está, terminé, por hoy hablé bastante, jejé.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Opine sobre nuestros productos