sábado, 16 de octubre de 2010

Todas las cosas se mueven hacia su fin

Llegué y él dormía.
Vi los aparatos, las cortinas delicadas, la colcha esmeralda.  “Vas a esperar dos horas” se me dijo. Tenía que hablarle de alguna forma, Dios estaba llamándolo, quería despertarlo; ¿qué gracia fluir del sueño a la muerte?

Y ahí estaba yo. Me acerqué a su alma.

“Vamos, Juan, arriba”. Abrió los ojos, se acarició la mejilla. Todo al Diablo, se decía, todo al Diablo. ¡Ay, qué mirada! Sus pupilas latían y se humectaban. Empezó a reír.
Dos jóvenes entraron a la habitación: su nieta y su nieto. “¿Cómo te sentís?” preguntó ella.
—¡Ahora seguro vino un ángel a romper las guindas! —exclamó el viejo.

Los chicos no le respondieron; solo le daban cariños en el hombro. ¡Y volvió a reír!, una carcajada sorprendente.
—¿Qué te pasa, abuelo? —decía el nieto en tono alegre—, ¿te acordaste de un chiste? ¿Qué pasa?
—¡No, ningún chiste! ¡Con la muerte me limpio el traste, ¿viste?, bien limpito!

Hasta yo estaba confundido. La escena en parte me gustaba, pero no entendía. El tipo con cáncer, débil, con la trompeta del Cielo sonándole en la espalda, y encima diciendo esas cosas. Claro, yo venía con la idea de algo más romántico, sublime, como les pasa a mis compañeros.
—No te vas a morir, abu, ¡no! —decía la chica entre lágrimas.
—¡Oh, claro, que vengan Dios, San Pedro, Gardel y la calavera! ¡Sí, y les presentaremos batalla! —el viejo seguía con las risas— Ustedes no se dan cuenta, de acá yo no salgo.

Los nietos se fueron. Llegó el hijo, y besó al hombre en la frente.
—¡Te amo mucho, papá! Perdoname tantas cosas —estaba quebrantado.
—Bueno, che, no hagás niñadas… —le contestó—, mirá que tampoco me estoy pudriendo.

Y así las dos horas pasaron de largo. Yo me impacientaba. Salían y entraban familiares, amigos, conocidos, médicos. Todos venían lastimosos, melancólicos y con cara de ternura; ¡pero después huían perturbados! Es que el abuelo estaba imparable, era una máquina de decir incoherencias, agresiones y guarangadas; su risa era cada vez más taladrante. 
Pero yo tenía que estar ahí, a su lado. No podía hacer nada, solo observar y esperar.
Anocheció y el viejo ni siquiera se dormía. Entró la enfermera a limpiarle la chata; él la llamó —una chica joven—. Cuando se acercó, la agarró del brazo, le llevó la mano por debajo de la colcha y supongo que así la forzó a manosearlo. Ella enseguida se apartó; él era pura carcajada y besito al aire.
Cuando estaba solo, cantaba y se movía. De tanto en tanto gritaba “¡angelito come-arveja!”, pero la verdad que no sé por qué. Tal vez algo presentía, no sé, seguramente.
Un día, tres días, un mes, tres meses, seis meses…. ¡Ay, qué suplicio loco! El viejo seguía igual de grave, sí, en cuidados intensivos. Su salud no mejoraba, no, ¡pero tampoco se moría!
Lo vi pasearse desnudo por el cuarto; lo vi garabatear las paredes con su caca blanda; lo vi besarse con la enfermera. Seguía llamándome “come-arveja”. De vez en cuando algunos ángeles venían a hacerme compañía y a curiosear el caso de este hombre. ¡Ni Dios sabía explicarlo!

Mmm….
Y ahí quedé, en la habitación del hospital. Qué bárbaro, pasaron ya cuarenta años desde el día en que llegué. Me falló el que dijo “en dos horas lo traés”. Murió su hijo, murió su nieta, murió aquella afectuosa enfermera. Y el pobre viejo miserable sigue igual de enfermo, con el cáncer en el mismo estado, con las mismas pocas probabilidades de vida, con la misma cantidad de pelitos blancos que el primer día. Y me sigue llamando “come-arveja”, ¡pero nunca me vio! Al menos nunca se lo dejé.
 
¡Basta, hoy tiene que ser el día! Voy a manifestarme y a darle el gran susto. Quiero que el suplicio termine. ¿Qué clase de hombre es este que desafía así al Cielo, a Dios y al Infinito? Que se pudra y reviente. ¡Y ahora veremos quién se limpia mejor el traste! ¡Viejo loco come-sandía, ahí te doy con mi guadaña!

Y aquí es el fin




  

3 comentarios:

  1. lilipalermo@yahoo.com16 de octubre de 2010, 18:24

    maravilloso marquitos, simplemente maravilloso!

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  2. Bastante rara la historia. Pero me gustó.

    David

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  3. Muy bueno Marquitos, como siempre.

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