sábado, 18 de diciembre de 2010

El niño que veía a Dios en todas partes



Tres Arroyos, 15 de agosto de 2012

A Su Eminencia Ramiro Gómez:

Le va a servir conocer el caso Fiolín Augusto. Fiolín Augusto….
A los ocho años quedó huérfano este varón; solo él y su hermana Luna quedaron así (sin padres), sin esos padres. Luna era mayor que él, tenía siete añitos cuando murieron sus padres, pero era mayor en cuanto a peso y la altura. Fiolín Augusto pesaba cuarenta y seis kilos cuando quedó huerfanito, y su hermana Luna no pesaba eso.
Los padres de Fiolín eran dueños de Alivialón, una fábrica de la limpieza en Buenos Aires. La limpieza incluye escobas, esponjas, trapos e infinitas situaciones por contar.
La situación de esos niños era resplandeciente: una vida por delante, una herencia jugosa y la no presencia de los padres en tantos momentos importantes que les tocaría afrontar. Fueron quinientos mil los dólares para Fiolín y trescientos mil dólares para la hermana de Fiolín Augusto. La memoria de Luna era normal, pero la de su hermano no.
Fiolín Augusto recordó un mensaje del Señor: “si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres…”. Llegó tal recordación en la instancia del funeral. Luego, muy poco después, pasó Fiolín por una iglesia y el obispo leía este pasaje: “Si quieres alcanzar la cumbre, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el Cielo— y luego vente conmigo…”. Fiolín estaba perturbado, él amaba mucho los placeres de esta vida, no quería ser como aquellos que no encuentran placeres y son prejuiciosos. Pero su corazoncito pendulaba, se arrimaba a unos deseos de piedad.
Mientras pensaba en esas cosas y en otras, un hombre fue a él —él estaba sobre la hamaca—, puso un índice en su cara y lo exhortó diciendo: “¡ay, niño, niño! ¡El que quiera ser amigo de Dios, considérese enemigo del mundo!” Y Fiolín Augusto ya no pudo combatir el mandato de Jesucristo.
Vendió todo lo que tenía: vendió la casa, vendió los autos, vendió su ropa, vendió mucho. Ofrendó también sus miles a los asuntos de caridad. No obligó a la hermana a imitar su postura; solo dejó de amarla.
Y así Fiolín Augusto comenzó sus viajes por el país. El padre Andamio le había encomendado: “no os agobiéis por el mañana”. Y en tal razón, Fiolín no llevaba mudas de ropa ni provisiones nutricionales; solo iba con libros y con botellas de bebidas.
Usted sabe, Reverendo Gómez, que a veces deseamos lo que no deseamos, o no entendemos por qué lo deseamos. Y cuando alcanzamos lo querido nos rabiamos, nos desencantamos, porque buscamos con ignorancia algo ajustado. Y Fiolín Augusto se esforzaba, y su esfuerzo era por Dios, por estarle unido, pero Aquel no es pretencioso, se acerca a los que cerca lo quieren y se aleja de los que ya no.
Fiolín Augusto olvidó sus dineros y despreció el hambre. No ingería porque la grasa, pensaba él, limitaba al alma. Iba por las rutas en una burra y rezaba cada mañana, y cada resto de la jornada también lo rezaba. Meditaba las Escrituras, porque así Andamio le había aconsejado —“meditad los textos” fue el consejo de Andamio—. Y un día bajó Dios a Fiolín y habló a sus llantos:
—¡Fiolín, Fiolín! —exclamó La Voz.
—¿Quién me llama? ¿Eres Tú que me llama? ¿Eres Tú? ¿Quién eres? ¿Me llamas?

Hicieron pacto Fiolín Augusto y el Señor: ya no estarían distantes, y Dios no sería más su fe en invisibles.
Subía Fiolín a un colectivo y en forma de asiento le venía el Señor. “No temas” le decía. O tropezaba el niño y Dios lo visitaba, en forma de herida. “No temas” le decía. Cantaba y surgía Él en aplauso, y le hablaba con amor. Pero en muchos momentos, de una u otras formas estaba, como si siempre lo custodiara.
Una terrible carga para Fiolín Augusto. Fue al padre Andamio y le dijo “padre, lo deseaba, pero ahora Él quiere siempre, y yo no puedo”. Pero Dios seguía rodeándolo con cuerdas de ternura.
Le muestro el fin, Ramiro Gómez; vea qué tal fue la acción del niño ―digna de la memoria―. El matarse es con miedo al diablo para algunos, pero así buscó Fiolín, un escape seguro: matar su vida e ir al diablo. Dijo “nunca más, ¡nunca más! con Dios al lado”. Y murió el niño….

Aplique usted la enseñaza de esta historia.
Aplíquela en sus templos.
Yo lo ruego,
soy Lisandro Muñiz,
y escribo en nombre de Marcos.

¡Al amigo Porrini, a Porrini Marcos!

  
  

3 comentarios:

  1. lilipalermo@yahoo.com18 de diciembre de 2010, 19:57

    most subtle! lovely choice language, powerful phrases, off-the-wall events retold in the most delicate fashion.
    I just love it!

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  2. Me enseña que los únicos que ganaron en esta historia fueron los organizadores de ONGs de caridad, ja aj aja.
    El niño al dejar de comer deliraba que veía a Dios hasta que se murió. Que triste!

    Enseñanza final: las interpretaciones erroneas de la Biblia pueden llevar a destinos oscuros.

    Besos!!

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  3. Hay que saber donde vive Andamio, para que nuestros hijos no pasen cerca, no vaya a ser que escuchen esa voz que no puede ser olvidada decirles algo que no entienden y creen cierto...

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