Amanda,
la guerra es más terrible de lo que mi familia imaginaba. Ellos me exigieron
que viniera, que ignorara el arte y mis estudios. Pero no era solo eso, en mis
lucubraciones te tenía, pensaba en vos tanto. Yo esperaba trascender un
poquito, ganar buen dinero antes de hablarte, digo, expresar mis intenciones.
Me refiero a enamorarnos, a que tengamos un gran noviazgo, así como tu hermana
lo tiene con Santiago.
Pero
qué cosa el presente, quizás explote o alguien me dispare; entonces ya no
especulo igual que antes. Debo sincerarme, digo, vos no debieras ignorar que te
quiero tanto. Sí, en quien más pienso es en mí, en mi felicidad. Y mi felicidad
no es trascender o el dinero; no, mi mayor gozo es estar junto a las letras,
digo, escribir. Y lo que más me inspira son estas lucubraciones en que te
tengo, y pienso mucho en vos, y como no puedo tocarte ni verte, me desquito
enviándote las cartas que te envío.
Soy
muy temeroso, Amanda, si por mi alma fuera ya te hubiera cortejado y hecho
hijos hermosos. Pero soy temeroso, Amanda, cuando nos veíamos y te hablaba —digo,
nos hablábamos— no podía acortejarte, ni darte un abrazo de amigos, o un beso
en la frente. Yo quiero darte muchos besos en la boca, porque eso trae mucha
felicidad; en mis lucubraciones te doy besos en la boca, y son sinceros, surgen
como del alma. Antes no podía porque era temeroso, digo, aún lo soy, pero
siento que si ahora o pronto nos encontrásemos, iría rápido a tu frente y la
besaría, a tus oídos y expresaría las intenciones que tengo, y también te daría
tantos besos en la boca, Amanda.
Algo
pasó esta mañana —terrible—, Amanda: un compañero nuestro, Santiago, escribía y
sufrió una bala mientras escribía. Santiago preparaba una carta a su hermana
cuando le llegaron uno o más disparos al cuerpo. No fue, Amanda, un ataque
peruano; no, fue un accidente. Otro de nuestros compañeros, Santiago, disparó
por accidente e hirió al otro Santiago. Ambos fueron sancionados, uno por
disparar un arma sin cuidado y el otro por no haber dado buen ejemplo de
soldado, por no haber perdonado al compañero.
Eso
me hizo pensar en vos, digo, en nosotros. Siempre que pienso en vos pienso en
nosotros, porque quisiera tenerte como novia. Digo, me hizo pensar en lo
injusto de las cosas. Yo estaba encendido en mis estudios y en el arte (antes),
y mi arte era inspirado por vos; pero de pronto un ataque: termina la
inspiración y vengo a pelear la guerra. ¡Y cuál es mi recompensa! ¡Ninguna!
¡Quizás soy sancionado con morirme en la guerra! Y sé que estas cartas nunca
llegan a vos; solo me desquito o me entretengo, Amanda, si te escribo esto poco
que escribo. Me hace feliz pensar en vos, e imaginar que te paso mi amor; y
así, quizás, si no muero y vuelvo a casa y todavía estás por allá y nos vemos,
voy a sentirte mucho más cercana, como si fueras mi compañía, algo del alma,
alguien que me ayudó y me acompañó en la guerra. Y así voy a tener mucha
confianza, Amanda; ¿para qué? Para hablarte mis intensiones de enamorarnos y de
casarnos, y de tener tantos hijos como puedas, Amanda, vos sabés que quiero
hijos con vos.
Qué
más puedo escribirte. No más, no, porque estoy cansado. Digo cansado pero no de
vos o de escribirte sino mi cuerpo, digo, mi cuerpo está cansado del trabajo de
hoy y por tantas cosas. Y no quiero cerrar la carta y despedirme como lo hacen
todos. No, solo quiero dejar de escribir y cerrar los ojos
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Opine sobre nuestros productos