domingo, 15 de enero de 2012

El Diario de Muni



   
Lo último que llegó a decir mi papá fue esto: escuchame, Muni, yo sé que no es fácil para vos entender el porqué de esta misión que estoy dándote; yo tengo los mismos temores que vos; ni te imaginás lo que me costó convencerla a tu madre. Pero no nos queda otra, tenemos que aprender de los tercerplanetistas todo lo que podamos; va a estar jugándose el futuro de nuestra civilización. Llevate con vos este aparatito, te va a servir para que puedas ir viajando tranquilamente por los lugares y las épocas que quieras; yo que vos seguiría un orden cronológico. Ahora te voy a estar mandando a un momento bastante antiguo de los tercerplanetistas, en la zona que está más a la izquierda. Tenés que ir anotando en tu cuadernito todo lo que veas importante, ¿sí?; no te olvides. Confío en vos, sé que lo vas a hacer mucho mejor de lo que esperamos. Mi consejo, Muni, y con esto me despido, es sencillamente que lo disfrutes; que esos llamados “humanos” no te contagien de llantitos y mariconeadas; vos pasala bomba, comportate como lo que sos, un grande.

Día uno:

Papi, tengo tanta emoción que ni cansado estoy después de haber caminado tanto como lo hice hoy. Me dejaste en un lugar re lindo, acá también hay plantas y animales. Todavía no me encontré con ninguno de los humanos (y eso que recorrí como veinte kilómetros). Ahora te puedo responder esa duda que vos tenías sobre si los de acá pueden ver nuestro planeta a simple vista: no, no se puede; lo único que llegué a ver es el Sol, algunas estrellas y, bueno, el satélite este que tienen ellos, el grisecito con agujeros. Sigo sin agarrarle la mano al aparatito que me diste para irme al lugar que tuviera ganas, espero que funcione.

Día dos:

¡Hoy vi humanos! Me acerqué a uno y le pregunté el nombre, salió corriendo y no me contestó. Después de un rato se acercó ese mismo con otros cinco [te cuento más o menos cómo son: tienen todo un pelaje negro largo que les nace en la parte de arriba de la cabeza y les queda colgando, tienen la piel medio amarillenta, dos ojos un tanto ovalados, una nariz chata y una boquita simpática. Usan unos trapos largos para que uno no pueda ver cómo es el resto de sus cuerpos]. En fin, todos esos humanos se me quedaban viendo desde una cierta distancia, cuchicheaban algo entre ellos, me señalaban y se reían (eso me hizo calentar un poquito). Como no soy muy paciente a esas cosas, los entré a correr. Salieron todos rajando, yo iba siguiéndolos de atrás. Me hicieron llegar a una especie de poblado, había casitas hechas creo que con caña o con alguna maderita finita, había unos cincuenta humanos (tanto varones como chicas). Los distraje a todos, dejaron de laburar para venir a verme, me relojeaban de arriba abajo. Se me acercó un chabón que era así como el líder, se me paró enfrente y empezó a hablarme. Le pude agarrar más o menos la onda al idioma y le contesté.
Haciéndotela corta, nos hicimos re amigos, a la noche nos mandamos una alta fiesta en el pueblito. Los hombres son muy generosos y de buen humor, las mujeres son amables y cariñosas.
El aparatito que me diste sigue sin andar. Igual, por el momento la estoy pasando muy pero muy bien.
        
Día tres:

No me vas a creer lo que pasó hoy. Llegó un grupo de tipos re sacados; venían con unos palos como de un metro, saltaban a lo loco y pegaban unos gritos que parecían de perro en celo. Empezaron a golpear a los hombres de mi pueblito, al líder amigo mío lo dejaron hecho bolsa; a varias de las chicas no solo les pegaban sino que también les rompían los trapos, les pasaban la lengua por toda la parte del pecho y presionaban su cuerpo contra el de ellos mientras temblaban (las chicas se ponían a llorar). Cuando me vieron a mí se espantaron, seguro que nunca en sus vidas habían visto algo igual; me encerraron en una casillita tipo jaula para que no escapara. En seguida agarré el aparatito y entré a tocarle todos los botones a ver si pasaba algo. Cuando menos me di cuenta ya estaba en otro lugar, nada que ver con el que estaba antes. Se ve que al fin anduvo.
Esta zona es medio extraña, hay arena por todos lados y hace un calor de enfermarse. Vi pasar a unos tipos subidos a camellos, tenían un trapo también para cubrirse el pelo; no llegué a hablarles. Ahora estoy caminando para el lado que iban ellos a ver si encuentro algún otro pueblo.
La comida que me dejaste ya se está acabando, ojalá pesque algo por ahí.


Día cuatro:
Llegué a un pueblo re grande. Había una entrada especial y después toda una muralla alrededor. La gente acá tiene trapos de un montón de colores distintos y en los pies usan unas cosas de cuero que son, me parece, para no ensuciarse con la tierra o para no lastimarse. Debe de haber miles de personas, es un descontrol total. Hay casas hechas con barro, otras con madera y otras con piedra o mármol, no sé bien.
Te vas a caer de espalda cuando te cuente con quién me vine a encontrar acá. Yo me había acercado a una parte donde había bastante gente amontonada; unas mujeres estaban con los hijitos porque los querían hacer pasar adonde estaba un tipo hablando (alrededor suyo estaban todos los demás); un hombre de ahí les impedía el paso porque se ve que eran medio molestas. De golpe se escuchó la voz de este tipo diciendo: ¡Felipe, ¿por qué no los dejás a los pibitos que vengan a mí?; no se lo impidás, ¿escuchaste?! ¿No entendés que de estos es el Reino de los Cielos? Como me llamó la atención, pasé yo también. Me miró a los ojos y me dijo: yo ya sé quién sos vos, sé por qué estás acá. Yo soy Jesús.
¡¿Lo podés creer, papá? Jesucristo también estuvo con los tercerplanetistas! Ahora me queda todo mucho más claro.

Día cinco:
Me había dicho que no estuviera con él, que continuara con mi viaje que iba a estar bueno. Entonces, como preferí hacerle caso, programé el aparatito y me adelanté casi mil trescientos años, me fui bastante más al occidente y al norte. Lo que vi cuando llegué me sorprendió: había una casa gigantísima, toda hecha de piedra, con quichicientas mil ventanas chiquititas por todos lados y un muro alrededor. Había miles de hombres cubiertos con metal de pies a cabeza, aunque con algunos trapitos decorados arriba; muchos de ellos iban cargando un palo de madera como de dos metros con un rombo de metal en la punta; otros tenían unos cuchillos inmensos y montaban caballos; otros cargaban un palo doblado tipo semicírculo con una tanza que iba desde una punta del palo a la otra. Le dije a uno si podía presentarme a su líder, me preguntó si yo estaba refiriéndome a “su majestad Eduardo segundo”; yo le dije que sí, que a quien fuese. Me hicieron entrar a la casa gigante, me llevaron frente a un hombre que estaba sentado mientras otro hombre, parado atrás, le hacía algo así como masajes en los hombros; me dijeron que ese que estaba ahí sentado era su rey Eduardo. Este tal Eduardo se me plantó así: ¿podríais decirme quién sois, oh deforme criatura? Y ahí yo le respondí: ¡más deforme criatura serás vos, salame; yo soy de otro planeta, no soy un humano afeminado como vos; más vale que te recatés o acá se pudre todo! Lo dejé mansito, me pidió perdón; me hizo entender que estaban pasando por una situación muy conflictiva y que por eso quizás había sido un poco descortés. Esto fue lo que me contó: hoy, veintitrés de junio del año mil trescientos catorce de nuestro Señor, nos encontráis aquí, en el castillo de Estarlin, a instancias de un enfrentamiento armado con el humilde pero infame ejército escocés, dirigido por el traidor Roberto Brus. No llegaron a asumir, aún después de que descuartizamos a su imberbe soldado, Uilian Ualas, que la corona y el imperio ingleses, afirmados por la divina Gracia de nuestro Creador, merecen control y dominio de todas estas islas; no van a tolerarse disparidades. No cacé ni jota de todo lo que me dijo; se ve que iba a haber una guerra o algo por el estilo. Y sí, fue así. No sabés qué tremenda la matanza que tuve que ver, los escoceses eran muchísimos menos pero les estaban dando a los ingleses para que tengan; no creí que los humanos fueran tan salvajes, estuvo muy groso. Me tuve que ir porque se me acercó un mensajero del rey Eduardo pidiéndome si por favor podía alejarme de ellos porque Su Majestad intuía que yo había traído “malas suertes”.
Sincronicé el aparatito y me las tomé.

Día seis:
Pasé la noche en una isla medio selvática; ¡hay delfines cerca de la costa, es increíble! Según el aparatito que me diste, estoy unos doscientos treinta años más adelante, me moví en dirección sudoeste.
Esta mañana me encontré con la gente de acá, no se parecen en nada a los tipos con los que estuve ayer. Estos tienen la piel de color naranja oscuro tipo el tronco de los cedros; usan trapos de un montón de tonalidades distintas; se cuelgan metales en las orejas, se los enganchan en la nariz, se los ponen alrededor del cuello. De todos los que vi hasta ahora, estos me parecen los más exóticos. No me costó mucho entenderles el idioma, me puse a conversar con un par.
Almorcé con su líder. Era impresionante la cantidad de pescado que se bajaban en una comida. Me recibieron excesivamente bien: querían regalarme de esos metales que se cuelgan ellos, se ponían a tocar música y a bailar, las chicas se me sentaban de a tres alrededor mío y me hacían caricias con las manos o me pasaban la boca por el cuerpo. Me daban las gracias por haber llegado, me creen su dios. Una cosa así me habló el líder (Tumbalá se llama): loado Muni, encarnación de los espíritus supremos, poderoso señor que ha venido a librarnos de mano de los salvajes invasores, que ha venido a hacernos justicia de la mano de Pizarro, concédeles a tus siervos la dicha de gozar más tiempo de tu presencia, danos el ánimo necesario para vencer a nuestro enemigo. Bueno, hasta ahí más o menos me acuerdo; trato de traducir lo mejor que puedo.
Les pedí si podían llevarme con ese tal Pizarro; me dijeron que sí, que iban a hacer todo lo posible. También me dijeron que, debido a que mi llegada les había renovado las esperanzas, harían un ataque al campamento de los “españoles” (así llaman a Pizarro y a los que lo acompañan).
Resumiendo, me pude encontrar con este Pizarro (tenía una vestimenta bastante parecida a la de los de ayer). No me vas a creer pero el idioma que habla es casi como el nuestro. Me contó que estaban con un proyecto en mente muy importante, que su paraje en la isla “Puná” (ese vendría a ser el nombre de la isla en la que estoy) se acabaría muy pronto; piensan ingresar a un pueblo inmenso que le dijeron que tenía una bocha de oro y de plata; ellos también consideran a Jesús como su dios: dijeron que venían en nombre de Jesús, María (es el nombre de la mamá que tuvo Jesús acá) y de Carlos primero rey de España.
Hasta hace un ratito nomás, se estuvieron peleando un montón de los de Tumbalá con los españoles; me parece que ganaron los españoles.
Ahora voy a ir a dormir, Pizarro me invitó a que me quedara en su casa.

Día siete:
Desayuné con los españoles, es gente muy divertida. Pizarro me rogaba que los acompañara en su próxima campaña, quería convencerme de que yo traía buenas suertes. Le tuve que explicar mi situación; le dije que estaba completando un viaje por distintos lugares y épocas, le hice la idea de que era una especie de espía interplanetario. Fue bastante respetuoso y en ningún momento me hinchó para que no los dejara.
Como no tengo ganas de estar tantos días acá con los humanos, me mandé de una casi cuatrocientos cuarenta años; estoy un poco más al norte.
Llegué a una llanura llena de pasto, hay una montonera impresionante de personas. Hablan un idioma bastante parecido al que hablaba el rey con el que estuve la otra vez, ese que me trató de deforme criatura. Cuando pregunté cómo se llamaba el lugar, un chabón me dijo: no sé, no tengo idea de cómo se llama este lugar. Yo vine por el concierto “Woodstock” (te lo escribo así porque es como lo encontré escrito en un montón de lados). Muchas de las chicas estaban vestidas al estilo de las de Tumbalá (el de la isla de ayer), pero en general la ropa que usan estos es muy distinta (me parece lógico que cambien esas cosas con el paso del tiempo). Todos estaban prestándoles atención a unos que hacían música. Vi a varios con un palito blanco que se lo ponían en los labios y cuando lo alejaban les salía humo por la boca. Algunos se  acercaron a hablarme, hay cosas que me dijeron que no entendí muy bien; por ejemplo, vinieron dos pibas y un tipo, y una de las pibas me dijo así medio a los gritos: ¡llegó nuestro angelito del amor; voló por todos los cielos y lo trajo el “rocan rol” (no sé qué es)! Otro por ahí también me dijo: ¿vos sos de otros mundos? Esta es nuestra guerra por la paz, ¿hay paz en el espacio? ¿Te estoy viendo por el ácido, no? Dijeron que en un rato iba a estar Jéndrix.
Después unos me dieron para que yo también me pusiera en la boca ese palito blanco que te dije antes. Sentí algo re extraño: fue como una relajación total y entré a reírme con ellos de cualquier cosa. ¡Bailé con humanos!, fue muy chistoso: me levantaban con los brazos, me ponían la boca en la cara, se me tiraban encima, me hicieron cantar canciones de mi tierra….
Ya es de noche y todavía hay música, casi nadie duerme. Me quedo un cachitín más y en seguida me voy [dejo de escribir ahora porque una de las chicas con las que estuve bailando se clavó no sé qué en el brazo y está tirada en el suelo temblando, tengo que ir a ver qué pasó].

Día ocho:
Fue tremendo, viejo; se murió. Nadie lo podía creer, quedamos todos conmocionados. La explicación que me dieron fue: se pasó de la raya, es lamentable.
Tuve que quedarme con ellos hasta el amanecer, hice lo que pude para consolarlos. Se pusieron muy mal cuando les dije que me iba; yo también lloré.
Programé el aparatito para venirme lo más al futuro posible; fueron unos treinta y nueve o cuarenta años, hasta ahí nomás llegaba. Estoy en el sur.
Tengo que serte sincero, las cosas que viví acá me abrieron la cabeza. No te equivocaste, hiciste muy bien en traerme.
¡Hoy conocí a ese humano del que tanto se habla en nuestro planeta! No creí que iba a poder encontrarlo. Qué gran casualidad que justo haya caído en su gran pueblo, en su ciudad. ¡Al fin estoy en Buenos Aires!
Es como suponíamos, toda la gente de acá habla el mismo idioma que nosotros; me resultó muy fácil ubicarme.
Después de estar preguntando por él en un montón de lados, al final me lo trajo la suerte. Fue una música, me produjo algo rarísimo; sentí de golpe un calor fuerte en el pecho. Me puse a buscar de dónde salía y me encontré con un tipo tocando su instrumento y varias personas alrededor mirándolo. En seguida pensé que era él. Le pregunté a uno de los que estaban ahí si podía decirme su nombre. Fue muy clarito, me dijo: este muchacho de la guitarra se llama Marcos David Porrini, siempre que puedo lo vengo a escuchar.
Cuando terminó me le acerqué. Le dije que había estado buscándolo bastante, que me moría de ganas por conocerlo. Le conté todo: le hablé de nuestro planeta, de la misión que me diste, de todos los lugares en los que estuve, de la gente que conocí…. Sus últimas palabras fueron: bien, Muni; yo ya me lo había imaginado.

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