jueves, 26 de enero de 2012

Supongo que era un embargo


25 de agosto
Estimado y admirado Sr. Rvdo. Ramiro Gómez:

   
Sucedió que conocí a un hombre el pasado lunes que tenía barba candado, pulóver gris y panza. Yo estaba donde siempre, en lo de Alberto, jugando a las cacerolas y ganando poco. Se acercó, se lo veía triste, o preocupado, y nos dijo “¿y esto qué es?”. Le explicamos el juego (este hombre tenía el pelo medio largo, casi por los hombros, y estaba seco, pajoso, como sucio el pelo). Usted sabe que en lo de Alberto la cosa no es ligera, se apuesta mucho, usted lo sabe. El hombre se integró a la ronda y aclaró a todos con voz potente y temible: “miren, yo voy a elegir nueve, luego cuatro, luego seis y de vuelta cuatro. ¡Y entonces solo cuatro veces participo! ¿Está claro, sí?”
Boquiabiertos. Nos quedamos mirándolo muy intrigados. Usted sabe, Reverendo, que no es lo común que alguien advierta cuántas veces jugará, y menos qué número escogerá cada vez. El hombre nos era un enigma y aterraba. No a mí, a los otros, a mí no me aterraba. Sucedió que Alberto volcó las cacerolas, arremetió el pato, tiró el dado y escupió como es costumbre, usted lo sabe, soltó los patos y reveló las cacerolas, y sucedió que el número dado fue nueve, el del señor, ¡ganó cien corolarios!
 Todos, ahí, impresionados le decíamos cosas lindas, halagos, como merece quien acierta en las cacerolas. Pero verá usted que este señor no se alegraba. No, al contrario, se lo notaba más tenso, fruncía la nariz y raspaba su palma con la uña de un dedo de la otra mano (cosa que nunca vi antes). Yo había escogido cuatro y perdí treinta corolarios.
Alberto volvió a lanzar las cacerolas, e hizo el giro con su diente como acostumbra, usted conoce. Hizo todo lo que debe hacer y resultó, como para susto de pez, ¡el número cuatro! Halagos, abrazos, toda clase de hermosuras para el hombre extraño, que aterraba, ahora tenía en su haber ¡seiscientos corolarios! Dios nos libre de tanta riqueza. Pero el hombre no se alegraba, era la envidia del mundo y no se alegraba. El hombre se daba golpecitos en la pierna, a puño cerrado, y abría y cerraba la boca muchas veces, y siempre en forma voluptuosa (tal vez hablaba cosas que no oí). Usted ignora, mi Reverendo, pero le informo, que nadie puede elegir el mismo número que otro jugador. Este señor, al haber seleccionado sus partidas antes de empezar, nos prohibió esos números en cada lanzada.
Otra gente en lo de Alberto, multitud para la posada, nos rodeaba, porque era grande la expectativa por ver quizás al primer hombre en ganar tres vuelcos de corrido. Alberto estaba serio, y nosotros más, pero también admirábamos la tanta suerte del misterioso. Alberto soltó las cacerolas, dio finuras al pato, envileció la baba, tiró el dado e hizo lo del diente, lo cual dio de resultado, y el mundo en la posada chifló  (Dios nos libre del diablo), ¡seis!, sí, ¡seis!, como leyó, sí, ¡seis!, el número del hombre.
Y no se alegraba.
Entendí que debía dejar de jugar, porque mi pobreza ya era intensa, pero me quedé para observar al misterioso, porque se inclinaba por un cuarto juego. Tenía ganados ya dos mil setecientos corolarios. Cristo, tiemblo al decirlo. El hombre en vez de celebrar, al ver que salía el número seis, tomó un vidrio de la mesera y rajó parte de su mano, y gritó “¡mundo asqueroso!”, y abría y cerraba un ojo. Pero mientras, la multitud chiflaba, cantaba y bebía.
Era un momento histórico para Alberto y su posada, el juego de las cacerolas nunca había sido tan comprendido, y encima este señor era un novato, pero el diablo, digo yo, lo auxiliaba. Si ganaba una cuarta vez, lo cual todos ya temíamos, Alberto iba a hacer, como promesa, diez tortas de lechona para cortar y compartir el próximo lunes con quien viniera. Eso me alegraba. Usted no sabe, Reverendo, pero le comento, que la torta de lechona es tierna y dulce, y Alberto le pone  marinas, lo cual le da ese aspecto suave que vemos en las nubes.
Comenzó la cuarta lanzada. Todo se hacía en cámara lenta, para aumentar la ansiedad de quien mirara. Así, lenta y místicamente el señor Alberto hizo lo del pato, embistió las cacerolas, escupió, tiró el dado, el dado giró miles de veces, saltó, y al caer cayó en seco, y salió ese número, ya, qué más, el hombre sería un hechicero o un sapo, tenía mucha suerte, más que yo, salió su número, el cuatro. ¡Locura, sí!
¡Cristo, diez mil corolarios en total! Y al parecer el hombre se retiraba, porque había prometido jugar solo cuatro partidas. La multitud lo acariciaba, le chiflaba, le hacía toda clase de hermosuras pero el hombre estaba rojo, tensísimo, y opaco en la mirada. Empujó a los de la multitud que lo abrazaban y exclamó “¡ah, qué saben ustedes del mundo y de la vida!” Luego de ese grito infernal repiqueteó hasta una de las paredes y se lanzó como en un clavado e impactó su cabeza contra esa pared y bue, mmm, triste, se mató.
Se mató. Oh, Dios, dígame usted, Reverendo, cómo hacer para entender esta cosa. Me derrito….

Adiós,
Lisandro


28 de agosto
Lisandro:

Qué interesante experiencia. Indudablemente fue un suicidio deliberado. Envié a dos de mis mejores diáconos para que investigaran a fondo el asunto.
No lo hicieron. Investigaron pero apenas. No importa, esto es lo que sabemos, Lisandro, espero te ayude:
El hombre se llamaba Ramiro Luz, cuarenta y dos años, estaba en pareja con Liliana Amiga y tenían un hijo de cuatro, Juanito. Al día siguiente del juego y suicidio en la posada, este señor, Ramiro, iba a conocer el veredicto del juez del tribunal número doce, sabría si el juicio lo favorecía o no. Acá está el problema, si mis diáconos hubieran investigado a fondo como les pedí, podría informarte sobre la naturaleza del juicio que lo inquietaba. Esto es lo único que sabemos, que Ramiro, en caso de que el veredicto fuera negativo, en ese caso, Ramiro hubiera perdido (leé bien esto) ¡nueve mil cuatrocientos sesenta y cuatro corolarios! Sí, Lisandro, nueve, cuatro, seis y cuatro, los números jugados. Bueno, ahí está, quedate con eso.
Saludos a Francisco,
Ramiro Gómez.

PD: entendé, Lisandro, que la superstición es pecado, es el diablo que entra en el alma.

3 comentarios:

  1. Qué disparate tan maravilloso! Qué personajes tan queribles.
    Yo quiero torta de lechonas con muchas marinas. Cuándo la sirven?

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