lunes, 5 de septiembre de 2011

¿Y tú lo entiendes?


En el hogar estaba el señor, aquel que dice que se llama Quedorio, el que tiene olor a fiambre: ¿a quién no le agrada oler fiambre y luego probarlo? A mí no me agrada. Pero Quedorio era más que fiambre, él era el perfume del deseo amoroso hecho silueta de carne, era de esos sensuales que se olvidan del pensar y de calcular posibilidades. Era un hombre nacido para ser de otras, de las mujeres que él amaba: las rubias, las gordas y también las hijas de ministros del Cristo de Dios. Así era este hombre, y un día conoció a la rubia gorda cristiana que lo haría siempre feliz: la mujer que se llama Yáxtama. Aún así se llama.
Definido el sentimiento hacia ella, el señor Quedorio compró rosas, también chocolates y dulce de tomate, también compró osos de peluche, un canario, su jaula y doce adornos pequeños de marfil. Todo eso compró para conquistar el interés, luego el amor de la mujer Yáxtama, aquella que una vez dijo sobre él que olía como los mejores quesos, jamones y aceites del Universo. Yáxtama y Quedorio eran seres marcados para unirse y cuidarse. 
Cuando llegó aquel varón al recinto de la dama descubrió que ella no lo esperaba, que gozaba en los currucamientos de otro señor de piernas rudas y barba. Nuestro hombre estaba disecado, aperplejo, tan furioso.
«¿Quién es este chamulocón que viene y se roba a la mujer que necesito?» «Quedorio, Quedorio, por Dios, no sabía que me amabas» «¿Y acaso te ama este cularraca pastoso? ¡Dime si él te ama!» «No sé, Quedorio, no sé, lo dudo mucho» «¿Y así tan fácil le dejas acurrucarte?»  «Yo no espero al amor para estas cosas» «Ah, dulzura tierna, y yo aquí tan solito».
El intruso de barba que no estaba allí más que por intereses pulsionales decidió marcharse. Ahora sí: nadie interrumpía: Yáxtama y Quedorio juntos para decirse sus cosas del corazón y darse masajes o besos quizás. Era el tiempo de Dios.
Yáxtama puso las rosas en agua, comió los chocolates, guardó el dulce de tomate, abrazó los peluches, oyó al canario y no sé qué hizo con los adornos. Pero luego de todo se sentó junto a Quedorio y le pidió que hablara, que le contara sobre el amor que sentía. Quedorio no ahorró palabras:

«Tú sabes que yo aprecio a las niñas como tú, por tu pelo, tus grasas y por el padre santo que Dios te ha dado y eso es de honra. Pero hay algo que te distingue, y no son tus ojos, ni tus dedos ni nada en sí que pertenezca a tu cuerpo: amo algo en ti que está en tu alma, y no lo comprendo, solo sé que es algo, que es algo como no sé qué, y eso es lo que quiero conmigo por los siglos de los siglos que dure el Universo. ¿Sientes tú también cosas fuertes por mí, las sientes tan así, dulzura tierna?»

Yáxtama evitó responder con palabras pero se lanzó sobre él y acurrucó sus deseos hasta que el día se hizo de día y los pájaros cantaban, y también aquel canario.
Desde ese tiempo están unidos y ya no piensan más que en complacerse. Todo lo que hacen es complacerse. Hay quienes no entienden sobre esto, lo sé.

1 comentario:

  1. Me gustó la historia de amor... quiero que me pase los adornitos de marmol, je.
    Beso!

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