En el
hogar estaba el señor, aquel que dice que se llama Quedorio, el que tiene olor
a fiambre: ¿a quién no le agrada oler fiambre y luego probarlo? A mí no me
agrada. Pero Quedorio era más que fiambre, él era el perfume del deseo amoroso
hecho silueta de carne, era de esos sensuales que se olvidan del pensar y de
calcular posibilidades. Era un hombre nacido para ser de otras, de las mujeres
que él amaba: las rubias, las gordas y también las hijas de ministros del
Cristo de Dios. Así era este hombre, y un día conoció a la rubia gorda
cristiana que lo haría siempre feliz: la mujer que se llama Yáxtama. Aún así se
llama.
Definido
el sentimiento hacia ella, el señor Quedorio compró rosas, también chocolates y
dulce de tomate, también compró osos de peluche, un canario, su jaula y doce
adornos pequeños de marfil. Todo eso compró para conquistar el interés, luego
el amor de la mujer Yáxtama, aquella que una vez dijo sobre él que olía como
los mejores quesos, jamones y aceites del Universo. Yáxtama y Quedorio eran
seres marcados para unirse y cuidarse.
Cuando
llegó aquel varón al recinto de la dama descubrió que ella no lo esperaba, que
gozaba en los currucamientos de otro señor de piernas rudas y barba. Nuestro
hombre estaba disecado, aperplejo, tan furioso.
«¿Quién
es este chamulocón que viene y se roba a la mujer que necesito?» «Quedorio,
Quedorio, por Dios, no sabía que me amabas» «¿Y acaso te ama este cularraca
pastoso? ¡Dime si él te ama!» «No sé, Quedorio, no sé, lo dudo mucho» «¿Y así
tan fácil le dejas acurrucarte?» «Yo no espero al amor para estas cosas»
«Ah, dulzura tierna, y yo aquí tan solito».
El
intruso de barba que no estaba allí más que por intereses pulsionales decidió
marcharse. Ahora sí: nadie interrumpía: Yáxtama y Quedorio juntos para decirse
sus cosas del corazón y darse masajes o besos quizás. Era el tiempo de Dios.
Yáxtama
puso las rosas en agua, comió los chocolates, guardó el dulce de tomate, abrazó
los peluches, oyó al canario y no sé qué hizo con los adornos. Pero luego de
todo se sentó junto a Quedorio y le pidió que hablara, que le contara sobre el
amor que sentía. Quedorio no ahorró palabras:
«Tú
sabes que yo aprecio a las niñas como tú, por tu pelo, tus grasas y por el
padre santo que Dios te ha dado y eso es de honra. Pero hay algo que te
distingue, y no son tus ojos, ni tus dedos ni nada en sí que pertenezca a tu
cuerpo: amo algo en ti que está en tu alma, y no lo comprendo, solo sé que es
algo, que es algo como no sé qué, y eso es lo que quiero conmigo por los siglos
de los siglos que dure el Universo. ¿Sientes tú también cosas fuertes por mí,
las sientes tan así, dulzura tierna?»
Yáxtama
evitó responder con palabras pero se lanzó sobre él y acurrucó sus deseos hasta
que el día se hizo de día y los pájaros cantaban, y también aquel canario.
Desde
ese tiempo están unidos y ya no piensan más que en complacerse. Todo lo que
hacen es complacerse. Hay quienes no entienden sobre esto, lo sé.
Me gustó la historia de amor... quiero que me pase los adornitos de marmol, je.
ResponderEliminarBeso!