29 de marzo del año
coco
A mi amado padre en
el Señor, Ramiro Josefo Fuentes Gómez Luz:
Yo
soy un hombre idiota, y no sé expresarme. Quería contarle sobre un chiquito
huérfano de nombre Fiolín; espero que rescate las buenas morales de su historia
y no se irrite por mis fallas de escritor.
Augusto
Fiolín quedó sin padres a los nueve, y entonces debía cuidar de su hermana
chiquita Luna, de siete. Las riquezas les sobraban por la herencia de sus padres,
pero Fiolín sufría de obsesiones por la muerte y por eso vivía triste, tenía
riquezas pero era un niño muy dolorido triste por la muerte.
Siendo
ya de doce años, Fiolín, luego de haber invertido muchas riquezas en juguetes,
parques de diversiones, mascotas raras, bebidas raras, mujeres extrañas, dejó
todo su poderío en manos de su hermana y tutores, abandonó el hogar y anduvo
como errante por Buenos Aires, Salta, Ecuador y la Ciudad de Buenos Aires.
Viajó para encontrar verdades; tal como había leído en Buda y San Francisco,
Fiolín Augusto se hizo pobre para que su alma no fuera pobre, porque todo le
era pobre cuando pensaba en la muerte, y siempre que pensaba, pensaba en la
muerte.
Un
lunes entró a una capilla en Santa Agustina, provincia de Caracha, Ecuador;
allí conoció al sacerdote que luego sería su maestro e influiría tremendamente
en la decisión de Fiolín de explotar su cuerpo —con la explosión de Fiolín
Augusto acaba esta historia sobre la vida de Fiolín—. El padre Andamio, al
verlo entrar en la capilla, se acercó a él corriendo, puso su índice izquierdo
sobre la frente del niño y le gritó afectuosamente: “¿acaso no es Dios el Señor
de todas las cosas?” Enseguida tomaron asiento y Fiolín Augusto lo desafió de
esta manera: “padre Andamio, si usted es un ministro de la verdad, tendrá que
responder con verdad mi pregunta: si muero, ¿entonces qué me vendrá?” Andamio
sonrió y llevó a Fiolín a la pequeña huerta que tenía afuera. Mientras le
acariciaba el hombro, le dijo: “niño, eso tendrás que averiguarlo por ti mismo;
toma este amuleto, llévalo contigo y verás qué increíble ayuda recibes de lo
alto”.
Fiolín
continuó su viaje con un poco menos de perturbación espiritual. Recibió desde
lo alto la ayuda de un gorrión —Andamio le había obsequiado una pulsera con la
imagen de una gorriona, pero a Fiolín lo auxilió un gorrión—. El gorrión le
indicaba hacia dónde dirigirse y a qué gente preguntar sobre la muerte.
La
siguiente persona con la que el chiquito Augusto habló fue Jesús Amador
Incierto Pérez Carlos, un ingeniero atómico de Cafayut, provincia de Salta; él
era un hombre de familia que siempre estaba alegre y cuando podía cantaba
mucho. Se espantó por la pregunta de Fiolín y en ese espanto le respondió
exasperado: “¡pero nenito, no andés atravesado con tantos temas; vos tenés que
ser feliz y no pensarte en esos temas!” Luego Fiolín habló con Marta, una
periodista, ella le dijo que los niños se iban al Cielo, y entonces él se apenó
porque podría haber en el Cielo muchos chiquitos malos que se le burlen y le peguen.
Acudió también a Pepe, un taxista, el cual no quiso responderle y lo escupió.
Así
siguió Fiolín durante unas semanas más, llegándose a gente de todo tipo y
preguntándole mucho sobre lo mismo, pero ninguna respuesta lo saciaba. Por las
noches Fiolín Augusto conversaba con su maestro Andamio a través del gorrión.
—¿Por
qué mejor no ignoras todo eso? —le preguntó una noche Andamio con su
acostumbrada ternura— Quédate en la incertidumbre y mira la vida, goza de las
cosas pequeñas.
—Es
que no sé, padre —Fiolín tapaba su rostro con las manos—; si no puedo estar
seguro sobre esto, tener seguridad de qué me vendrá, no sé cómo orientar mi
vida, no sé adónde llevarla ni por qué. ¿Me entiende, padre amado?
—¡Bueno!
—exclamó el monje fastidiado— Si tanto quieres saber, ¿por qué no te estallas y
lo averiguas? ¡Al final vas a llenar mi cabeza de lentejuelas!
—Entiendo
—respondió delicadamente Fiolín y ordenó al gorrión que se marchara.
Esta
historia, padre Ramiro, se la he contado porque la considero fuerte, muy
poderosa en el mensaje; sé que usted es mil veces más sabio y refinado que yo,
sé que la interpretará con suma inteligencia. Pero le digo que no me apeno por
Fiolín; ni por él ni por sus obsesiones ni por su explosión. No, yo lo admiro,
lo creo un valiente y un visionario, alguien dispuesto a todo por la verdad,
quien no se conformó con dudas ni flojeras; ¡así era Augusto Fiolín!
Bien,
eso es todo, padre, que el Señor le añada paz y alegría.
Siempre
suyo,
Lisandro
Muñiz
Un personaje extremadamente tierno, querible en tan pocas líneas. Pobre Fiolín, dejó todo por la verdad. Murió por la verdad! La habrá encontrado?
ResponderEliminarEn la búsqueda de la verdad, Fiolín al explotar debió seguramente haber subido al Cielo por su corazón noble y darse cuenta que tanto preocuparse no habría valido la pena.... "Pobre"!
ResponderEliminar: (