Y
Amira y Ana chupaban con pajita el líquido del vaso, se encontraban en un lado,
vestían ellas la ropa negra, como los pesados, se reían cuando hablaban no de
chistes sino de las malas cosas, hacían malas cosas a gente adolescente como
ellas, o a gente mayorcita u otros, los burlaban, o dañaban o estropeaban sus
propiedades. Ellas se gozaban en todo eso y no respetaban ni ley ni dios ni la
patria; en furia vivían y anotaban su furia en cuadernitos, cuadernitos que
compraban para eso, para escribirles bronca.
Mientras
hablaban y chupaban entró un hombre al lugar, un señor robusto, ojeroso, casi
anciano y vestido en tono oscuro como los pesados visten; se paró frente a
ellas dos y les dijo:
—Ustedes son
poderosas almas —sonreía incesante y las miraba fijo. Luego de oírlo ellas
callaron. Lo observaban. Él las perplejaba, no lo conocían—. ¡Ustedes son para
gloria y acero, fuerza de los cielos! Vengo a ofrecerles la energía.
—Señor, esa
energía queremos —contestó Amira con voz inerme.
—Sí —afirmó Ana.
Este
señor les dio una tarjeta blanca; la tarjeta tenía escrito en el centro, en un
blanco un tanto más oscuro, “Fiesta ardiente privada”, y abajo, en el mismo
blanco oscuro, “La chata inmóvil, Núñez”.
—Esto se hará el
martes, a partir de la una de la madrugada; acá recibirán la luz de fuego, las
garras y la destrucción regeneradora. Si se atreven a asistir, si son las
escogidas, vengan, y vengan solas.
El
hombre besó sus frentes y se marchó. Ellas acabaron pronto el líquido y también
se fueron.
Ana y
Amira estaban excitadas, felices de haber sido invitadas. Era lo que deseaban,
un lugar así, una experiencia así, eso deseaban y tal como querían llegó. El
martes fueron.
La
entrada a ‘La chata inmóvil’ era muy austera: una puerta de madera vieja con un
sutil detalle de arte: el tallado de una rata cabeza abajo y su cola
entrenzada. Ese símbolo era único de ‘La chata...’.
En
fin, golpearon esa puerta y las atendió el hombre ojeroso. “Hola, mujeres”, les
dijo, y les besó la frente. Pasaron a un salón amplio. De solo rojo, negro y
rosa estaba pintado y decorado el salón; había un fogón en el medio, y una
docena de personas estaba sentada formando ronda alrededor del fuego.
—Vayan, guerreras,
súmense al círculo de almas —les ordenó tiernamente el hombre ojeroso.
—¿Es esto la
fiesta? —preguntó Ana.
—Increíble —agregó
Amira con voz inerme.
Una
vez que se sentaron junto al resto, el hombre les dio máscaras, porque todos
los demás tenían máscaras. Las máscaras eran de animales: jabalíes, buitres,
peces y ratas.
—Tómense todos de
las manos y pónganse de pie —exclamó severamente el hombre ojeroso, quien
estaba fuera de la ronda, quien luego se paró sobre el fuego—. Repitan este
cántico conmigo: Arup etnem renet, arup etnem renet, arup etnem renet —eso
repetían en el cántico. Luego sumó otro verso que decía “Zílef res, zílef res,
ríviv soid rop, soid rop, soid”.
Las
chicas cantaban y disfrutaban el momento. Sin muchas más variantes
transcurrieron las tres horas de la fiesta. Volvieron satisfechas al hogar.
Después
de una semana, chupaban.
Una
tarde, días después de la fiesta, el hombre las visitó de nuevo. Ellas estaban
en un lado, hablando y chupando un líquido del vaso. Las miró, sonrió y les
dijo: “esta vez será más oscuro”.
—Señor, no
queremos esa oscuridad —sostuvo Amira con vehemencia.
—¡No la queremos!
—ratificó Ana. El hombre no respondía, pero tampoco sonreía.
—Ahora estamos en
otro camino —agregó Amira—, queremos tener la mente pura, la mente pura; y
queremos ser felices, y vivir por el Señor Dios. Igual gracias.
—Entonces me
voy, ¡agídneb sal soid! —respondió el hombre, sonrió fuerte y desapareció.
Las
chicas remendaron sus viejas faltas y empezaron a vestirse distinto a los
pesados. No se burlaron más de nadie ni dañaron nada; y más aún, cuando un
dinero les sobraba, daban a un pobre y lo besaban. Ese fue el cambio en ellas.
Pero a qué se debió el cambio abrupto de estas chicas???
ResponderEliminarSamanta
Ya entendí!!
ResponderEliminarSamanta
Wow! y en menos de una hora! :)
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