Mientras
paseaba con mi barquito, mientras le echaba un ojo a las sinrazones de esta
pelota de barro, me llevé por delante a quien sería, y ya verán por qué, sería
mi nueva amiguita. Y es la nueva amiguita el personaje central, el central de
este cuento corto. Y digo corto aunque abarca mucho, digo que es corto aunque
estará mamando historia, la historia que mamó mi pelota de barro, que nos hace
como somos y nos ayuda a entender, a entender que no se entiende el paraqué de
tener historia.
Decía que iba con mi barquito, iba visitando todos los océanos, y fue
que yendo por esos océanos me la topé a ella; de quien digo ella es una vieja,
pero una vieja que cree que es joven o, por lo menos, intentó creerlo desde
hace algunos años. Me acerqué y me dijo su nombre, me dijo: dulce, llamame
Amela; no me quedó más que forzar sonrisa y saludar: ¿qué decís, piba?
Estás bastante buena. Se ve que me vio lindo y distinto, y aparte de lindo,
con ropa cara; ignoró mi poco respeto. Me abrió de par en par las puertas de su
amor, y con poco respeto y con ropa cara me hice dueño de su cuerpo; y si
hubiera habido otro dueño de antes habría sido un dueño gil, y el que es gil no
me interesa. Así que agarré a la vieja, que si no era virgen me la hice virgen
para mí, y me la hice joven para mí, porque sé que me había estado esperando,
me estaba esperando a mí la muy picarona.
Entre esas miraditas curiosas por su casita, vi que brillaba algo de lo
que me gusta, vi que brillaba algo de ese metal precioso que me ha estado
haciendo así de lindo, que me hizo así de distinto, con ropa cara. Ella leyó la
codicia en mi piel, yo creí interpretar su voz, la voz con la que sus ojos me
decían: tomá, papote, lo que quieras; sé mi macho fuerte y yo te hago rico,
vos domame bien que yo te hago muy rico.
Nos entendimos en seguida, así duró bastante nuestra relación: yo, la
mano dura; ella, mi codicia, mi lujuria. Pero por cierta razón los años me
fueron debilitando, hay quien dijo que parecía un estúpido engrupido; quedé
débil, tan débil que a la desgraciada se le dio por volar con alas propias,
quería lanzarse al vacío la muy desgraciada. Yo puse todo de mí para retenerla,
luché por retenerla, para tenerla como antes, pero fue inútil. Se me fue la
zorra, y eso que yo la hice joven, la había hecho virgen, para mí.
Anduvo sacando chapa de su independencia, se creía la súper woman. Pero
le duró poco, la terminó enganchando el súper man (gentleman).
Este tipo, que era un vecino mío, no se quedó a vivir con ella, la usaba de
a ratos, por placer; ella se seguía porfiando de su libertad.
Casi no volví a tener contacto con Amela; durante todos estos tiempos
ha habido tanto quilombo en mi barrio, que por poco hasta me olvido de haberla
conocido. De todas formas, hoy la veo, y hoy que la veo no la siento tan
cambiada; quizás con más dudas, más confundida, ya no tan guapita. De a pasitos
intenta recobrar su independencia, se ve que ahora la experiencia le está
sirviendo; todavía no encontró su ser, esa esencia, la verdadera esencia que la
hace única, que le da valor. Le cuesta creer que puede sola, sus heridas tardan
en cicatrizar; le tengo esperanza. Ya no es más una loca fácil, ya no tiene
nada que envidiarnos a nosotros, los de la cuadra de enfrente. ¡Viva la vieja
virgen! ¡Viva la de los dueños giles!
Por cómo viene la mano, me parece que esa, nuestra ex muñeca inflable,
va a terminar siendo la madre de todos. Vamo' a terminar mamando su leche;
mamando su leche y durmiendo en sus brazos.
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