miércoles, 23 de mayo de 2012

Hybris



Huir de la asfixia luterana. ¿Amor a mis padres? Sí.
¡Sí, sí! ¿Pero qué hacer bajo la sospecha? Ya era mujer y debía rendir cuentas, justificarme, convencerlos de mi pureza cristiana.
Qué más.
Desapego. Me alejé para vivir; alquilaba, trabajaba….

Hasta ese momento no había tenido novios
―ninguna clase de romance―. Era un problema de percepción:
veía en los varones algo contaminado, no sé, como un olor malicioso. Varios intentaban seducirme pero fallaban, se frustraban, yo era muy dura con ellos.
Opté así por la soledad,
y en la soledad la escritura.

Casi todo lo que hacía era cuentos. Pero más que cuentista deseaba ser poeta.
―Musa, musa, ¡eso necesitaba!―

Conocí a mi amor mi musa en una fiesta de quince. Yo tenía veinticuatro, él dieciséis.
            Estaba sentada a la mesa mientras los chicos bailaban. Además leía, un libro de Nietzsche, La genealogía…. Se dio una cosa muy curiosa:
justo había llegado a la frase “Un filósofo casado es un personaje de comedia”. Me impactó, la sentí muy propia. Tras la palabra ‘comedia’, cerré el libro y levanté mi cabeza para pensar….
¿Y qué vi?
Peter Pan. Ahí estaba él frente a mí, un delgado metro setenta pelo castaño ―mejillas coloradas―,
también ojos marrones una sonrisa
¡y el disfraz de Peter Pan!
Estaba ahí, observándome y sonriendo como expectante. Lo miré ―seria―. Expectante. Dijo. ¿Siempre leés en los cumpleaños? Miré. No dije nada. Seguí leyendo y se fue.
Pero pronto el chico volvió, yo leía “…hybris es nuestra actitud hacia nosotros mismos, pues experimentamos con nosotros como no nos permitiríamos hacerlo con ningún animal”. Volvió de pronto, me asustó. Vamos, Graciela, no te puedo ver tan seria. ¡Vení, bailá conmigo!
Me rehusé a todo y abandoné la fiesta. Primero estaba enojada, ofendida, pero después complacida. Raro. Sí. Es más, durante la semana pensaba en él. Hasta escribí un poema, ‘Ser siempre niños’ lo titulé. Inspirada se ve en Peter Pan y su Nunca Jamás. Es que había sentido eso con él, que me limpiaba, porque no me vio como a una mujer ocho años mayor y apartada en sus estudios. No, me vio como a una niña. Quiso jugar.
La fiesta era de mi prima. Ella y él eran compañeros de clase.

Pimplón se llama. Dijo ella.
¿Eso es un nombre?
Bueno, no, es el apodo; pero me pidió que no te pasara su nombre verdadero; y si él no quiere, no quiere.
Y es hasta hoy que no sé su nombre. Llegado un punto ni intenté averiguarlo.

Conviene que diga más sobre mi interés en la poesía, porque sería difícil explicar mi ruptura con Pimplón de no ser que entiendan cuán desesperadamente yo buscaba crecer como poeta.
El juicio moral de mis padres, siempre hostigador, era una gran barrera para mi libertad y felicidad. A pesar de haber ido a vivir sola, no lograba despejarme. Deseaba impresionarlos, pero sin someterme; quería que me vieran tan o más virtuosa espiritual que ellos y que cualquier protestante. No les bastaba mi conducta, o mis cuentos y reflexiones. Entonces pensé en la poesía.
Ya que mi padre admiraba a Goethe, a Milton, a Blake, y elogiaba su arte diciendo que era “Dios hablando”, me propuse ser como ellos: Solo a través de la poesía podré trascender su espiritualidad, hacerles ver que no requiero sus cultos ni sus fundamentos doctrinales. Y a todo eso vino Pimplón.

Ay, dulce Pimplón, qué misterio lo tuyo…. ¡Basta! No puedo escribir sobre nosotros de forma ajustada, tan indiferente. Quisiera derretirme en palabras, decirlo todo. Fuiste el único puro, sin ese dichoso olor de malicia en podredumbre. ¿No te trajo Dios para salvarme? Ah, pero solo pensé en mí, lo reconozco. Los primeros meses de contacto fueron de magia; realmente creí que eras un ángel. Ya desde esa vez en el cumpleaños, cómo viniste por mí…. ¿Qué viste en esa letárgica alemana de cuerpo macizo? ¿Por qué viniste? Luego tus llamadas enigmáticas, la vez que pasaste a buscarme al trabajo. ¡Qué locura la tuya! Me quitaste la cartera y saliste corriendo. Y no me enojaba, me divertía con vos. Te perseguí y estabas con mi cartera en la heladería, sentado esperándome. ¿Cómo hacías para ser tan especial? Recuerdo cuando te dormiste sobre mi hombro mientras mirábamos la película. Y recuerdo cuando no estabas, cuando pasaban tantos días y no llamabas ni nada. ¡Y eso fue nuestra perdición! Porque el desespero por vos y el asombro, por sentirte tan niño, tan fresco, tan libre en el mundo, me inspiró como solo Dios podía hacerlo. Nunca te dije cuánto deseaba ser una gran poeta. Todos los versos escritos antes de conocerte eran pavada, forzados, sosos, de no más que sonoridad. Pero llegaste vos y me alumbraste. Cada día que no estabas enloquecía y creaba, sentía mi alma volar hasta los grandes y ser mi sueño. Pimplón…, bello….

Madre del poeta es el amor desgraciado. Las musas, ángeles de arte, alumbran mejor en la distancia.
Pimplón y yo nos desvestimos y así quisimos entrar uno en el otro. Y vivimos días enteros enlazados. Y ahí lo sentí, eso, la fuente de agua dulce y amarga:
Éxtasis, el cariño más grande, el alma – Pimplón humanizado, sequía, ningún poema....
Y ahí me vi entre esos dos caminos. La alegría, la paz, plenitud humana..., o el desgarro,
el arte,
             el infinito


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