miércoles, 31 de agosto de 2011

El Feliz Saber



Yo, Marcos David Porrini, hijo de Estela, hijo de Ricardo, Yo, hombre joven si los hay, encontrábame en el bar dieciséis a la hora catorce junto a mis cinco amigos: Luciano, Arnaldo, Federico, Luis y Luciano Luis. Hablábamos sobre la probabilidad de que Dios, el Dios Todopoderoso, el que habló con Moisés en el desierto, el que estuvo con David, El Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, el Gran Yo Soy…. Sí, hablábamos sobre la probabilidad de que ese Dios, el tan amado, No existiera. De hecho cada uno de nosotros exponía argumentos para convencer al otro de que la religión es una mentira, de que el Nazareno jamás vivió, de que el Papa es tonto y de la eternidad de la materia. No fue difícil convencernos mutuamente, Todos creíamos las mismas cosas, Todos amábamos los deleites de este mundo, la vanagloria de la vida…. Y aún lo hacemos.
Pasó que en equis instancia vimos al hombre más exótico del Universo. Mezcla rara de penúltimo linyera y primer polizón en el viaje a Islandia. Un hombre loco. Vestía de negro, Babeaba, Su pantalón tenía mojada la entrepierna. En sus manos traía una Biblia, Biblia negra, dos palmos de largo, Uno de ancho. Entró al bar.
Mi amigo Arnaldo comprendió sin mucha dificultad que aquel hombre no estaba en sus cabales ―Arnaldo es médico psiquiatra―. Pero a ese hombre no bastole tener en frente a un psiquiatra para calmarse, No, No Bastole. Se acercó adonde estábamos sentados, nos miró fijo, como iracundo, Y ENTONCES LANZÓ SALVAJEMENTE su Biblia contra la mesa ―Nuestra mesa―. El estruendo de aquel impacto perturbó a todos los pobladores del bar. El demente me señaló y exclamó: ¡Ustedes!, y luego señaló a Luciano Luis y exclamó: ¡Ustedes lo han asesinado! ¡Hijos de mala madre! ¡Han matado al Dios de los Cielos!
Silencio en todo el bar. Estábamos estupefactos ante aquel evento. El roñoso loco viejo estúpido agregó, sarcásticamente, «sí, yo sé quiénes son ustedes…. ¡Muy bien los conozco!» ¿De qué nos hablas?, preguntó Federico (es venezolano), lo preguntó un tanto enfurecido.
Nadie entendía nada. O tal vez sí. Habíamos estado debatiendo cosas innobles sobre Dios y su Santa Iglesia de Roma, sobre el Papa y el Nazareno. Y mientras nos gozábamos en la herejía de pensamiento, entró un hombre a acusarnos de asesinato al Altísimo, al Soberano, A quien nosotros rechazamos. El hombre habló: Entiendan bien (al momento de decir eso ya estaba tranquilo. Pero hizo algo irreverentísimo: con fuego de un encendedor PUSO EN LLAMAS la Biblia negra que trajo, la que había golpeado contra la mesa), Ustedes han matado a Dios. No solo ustedes, yo también. Hemos dejado Cielo y Tierra sometidos al absurdo, a la anarquía del Azar, al espíritu del AntiCristo, al Diablo. ¡Sin Dios no hay valores, No hay razón ni moral! ¡Las tinieblas esparcirán su faz y la humanidad se infectará de lupus, De judíos y homosexuales! Vagamos como a través de una nada infinita. Lo hemos matado.
No podíamos tolerar más tamaña farsa. Luciano se paró e increpó al ciruja: ¡Usted delira! No lo hago, respondió el hombre. Sí lo hace, dije yo, ¡Que no!, respondió él. Luciano sacó de su bolsillo una hoja de papel muy avejentada, amarillenta. «Observe bien, este es el testamento del difunto». Leyó:

AQUÍ YO, EL QUE DICE
SER EL QUE ES,
MORIRÉ PRONTO.
LOS HOMBRES ME HABRÁN MATADO.
MI HERENCIA REPARTIRÉ
POR PARTES IGUALES
ENTRE MIS AMADOS:
JESÚS, MIGUEL, GABRIEL,
LUCIFER, ADRIEL, MABEL,
MOISÉS
Y DANIEL.
ELLOS VERÁN QUÉ HACER
Y GOBERNARÁN CON EL AMOR
CON QUE LOS HE AMADO.

Gracias a la contundencia del documento, aquel hombre desquiciado cambió de parecer. Sonrió. Dijo estar feliz ahora por cuanto el Cosmos no habría quedado solo. Recobró su esperanza en la vida y la humanidad.
Sabemos que Dios ya no existe, Que es parte del pasado, Sus palabras y señales no han bastado para librarnos del dolor, de los temores, de la violencia y el desprecio. Los hombres mataron al Creador por verlo inútil, negligente. El Pueblo ansiaba renovación, un cambio de manos en el Poder del Universo. Así fue. Así se ha dado. Las estructuras ya son otras. También es otra la Verdad, serán otras la Justicia y la Misericordia. Será otra cosa el Amor. Todo será nuevo en la Tierra sin Dios.
Todo bajo el arbitrio de sus herederos.








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