Yo,
Marcos David Porrini, hijo de Estela, hijo de Ricardo, Yo, hombre joven si los
hay, encontrábame en el bar dieciséis a la hora catorce junto a mis cinco
amigos: Luciano, Arnaldo, Federico, Luis y Luciano Luis. Hablábamos sobre la
probabilidad de que Dios, el Dios Todopoderoso, el que habló con Moisés en el
desierto, el que estuvo con David, El Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo,
el Gran Yo Soy…. Sí, hablábamos sobre la probabilidad de que ese Dios, el tan
amado, No existiera. De hecho cada uno de nosotros exponía argumentos para
convencer al otro de que la religión es una mentira, de que el Nazareno jamás
vivió, de que el Papa es tonto y de la eternidad de la materia. No fue difícil
convencernos mutuamente, Todos creíamos las mismas cosas, Todos amábamos los
deleites de este mundo, la vanagloria de la vida…. Y aún lo hacemos.
Pasó
que en equis instancia vimos al hombre más exótico del Universo. Mezcla rara de
penúltimo linyera y primer polizón en el viaje a Islandia. Un hombre loco.
Vestía de negro, Babeaba, Su pantalón tenía mojada la entrepierna. En sus manos
traía una Biblia, Biblia negra, dos palmos de largo, Uno de ancho. Entró al
bar.
Mi
amigo Arnaldo comprendió sin mucha dificultad que aquel hombre no estaba en sus
cabales ―Arnaldo es médico psiquiatra―. Pero a ese hombre no bastole tener en
frente a un psiquiatra para calmarse, No, No Bastole. Se acercó adonde
estábamos sentados, nos miró fijo, como iracundo, Y ENTONCES LANZÓ SALVAJEMENTE
su Biblia contra la mesa ―Nuestra mesa―. El estruendo de aquel impacto perturbó
a todos los pobladores del bar. El demente me señaló y exclamó: ¡Ustedes!, y
luego señaló a Luciano Luis y exclamó: ¡Ustedes lo han asesinado! ¡Hijos de
mala madre! ¡Han matado al Dios de los Cielos!
Silencio
en todo el bar. Estábamos estupefactos ante aquel evento. El roñoso loco viejo
estúpido agregó, sarcásticamente, «sí, yo sé quiénes son ustedes…. ¡Muy bien
los conozco!» ¿De qué nos hablas?, preguntó Federico (es venezolano), lo
preguntó un tanto enfurecido.
Nadie
entendía nada. O tal vez sí. Habíamos estado debatiendo cosas innobles sobre
Dios y su Santa Iglesia de Roma, sobre el Papa y el Nazareno. Y mientras nos
gozábamos en la herejía de pensamiento, entró un hombre a acusarnos de
asesinato al Altísimo, al Soberano, A quien nosotros rechazamos. El hombre
habló: Entiendan bien (al momento de decir eso ya estaba tranquilo. Pero hizo
algo irreverentísimo: con fuego de un encendedor PUSO EN LLAMAS la Biblia negra
que trajo, la que había golpeado contra la mesa), Ustedes han matado a Dios. No
solo ustedes, yo también. Hemos dejado Cielo y Tierra sometidos al absurdo, a
la anarquía del Azar, al espíritu del AntiCristo, al Diablo. ¡Sin Dios no hay
valores, No hay razón ni moral! ¡Las tinieblas esparcirán su faz y la humanidad
se infectará de lupus, De judíos y homosexuales! Vagamos como a través de una
nada infinita. Lo hemos matado.
No
podíamos tolerar más tamaña farsa. Luciano se paró e increpó al ciruja: ¡Usted
delira! No lo hago, respondió el hombre. Sí lo hace, dije yo, ¡Que no!,
respondió él. Luciano sacó de su bolsillo una hoja de papel muy avejentada,
amarillenta. «Observe bien, este es el testamento del difunto». Leyó:
AQUÍ YO, EL QUE DICE
SER EL QUE ES,
MORIRÉ PRONTO.
LOS HOMBRES ME HABRÁN MATADO.
MI HERENCIA REPARTIRÉ
POR PARTES IGUALES
ENTRE MIS AMADOS:
JESÚS, MIGUEL, GABRIEL,
LUCIFER, ADRIEL, MABEL,
MOISÉS
Y DANIEL.
ELLOS VERÁN QUÉ HACER
Y GOBERNARÁN CON EL AMOR
CON QUE LOS HE AMADO.
Gracias
a la contundencia del documento, aquel hombre desquiciado cambió de parecer.
Sonrió. Dijo estar feliz ahora por cuanto el Cosmos no habría quedado solo.
Recobró su esperanza en la vida y la humanidad.
Sabemos
que Dios ya no existe, Que es parte del pasado, Sus palabras y señales no han
bastado para librarnos del dolor, de los temores, de la violencia y el
desprecio. Los hombres mataron al Creador por verlo inútil, negligente. El
Pueblo ansiaba renovación, un cambio de manos en el Poder del Universo. Así
fue. Así se ha dado. Las estructuras ya son otras. También es otra la Verdad,
serán otras la Justicia y la Misericordia. Será otra cosa el Amor. Todo será
nuevo en la Tierra sin Dios.
Todo
bajo el arbitrio de sus herederos.